lunes, 29 de octubre de 2012

Él

Paqui Castillo

Es alguien a quien busco

desde siempre.

Sin yo saberlo, él sabía

que sería

él.

Él es una brújula

que señala al norte

pero tiene el corazón

en el sur.

Él es tan grato,

tan complaciente,

tan generoso,

tan amigo, tan fiel...

Él me sorprende

y cualquier pequeñez

la convierte en magia.

Él me da la mano,

me aconseja,

me respeta,

me escucha,

cree en mí,

me necesita.

A veces dice que me ama.

No con frecuencia,

porque piensa

que el amor no se dice,

se hace.

Él es valiente, vibrante,

algo soñador,

un poco despistado.

A veces hasta se olvida

su alma en los rincones.

Él tiene un ansia

infinita

por conocer nuevas cosas.

No es envidioso,

no le gusta la mentira,

no juega a guerras de niños,

no da puñaladas de trapo

por la espalda:

sus manos siempre están abiertas...

Él es tan noble;

su profesión es un servicio,

se entrega con bríos, pone en ella

su buena fe y sus recursos.

A veces le llaman loco,

pero él sólo sonríe.

Él es todo ojos, todo piel

en tránsito, espejo

de mis años pasados y presentes:

reflejo geminado de los venideros.

Si, cuando al cubrir el lecho

su mirada se derrama

sobre mi perfil ya reposando,

dormido,

dibuja una caricia,

de repente.

Él, en el fondo, es un romántico,

por mucho que no esté

dispuesto a admitirlo.

Allá, entre la música de jazz al fondo,

¿o quizás es el lento transcurrir del río?

Él me espera, y continuará esperando

aunque muera él o muera yo o muera el mundo,

hasta que dios se canse de soñarnos,

porque él es yo, y yo soy él, y

somos juntos o no somos;

entrambos laten

partículas heracliteanas de felicidad ignífuga.

Puedo verle, le presiento,

en la distancia ambarina, humus

primigenio

amanecer, él, el abismo, sus brazos.






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