miércoles, 31 de agosto de 2011

AGENDA CULTURAL SEPTIEMBRE 2011 ANTEQUERA


Queridos Lolavanderos: aquí os dejo una nota con la agenda cultural programada para el mes de septiembre del Fondo Municipal de la Cultura de Antequera. Disfrutad...


Del 1 de septiembre al 7 de octubre
CENTRO UNICAJA DE CULTURA DE ANTEQUERA – CUC.
XII Certamen Bienal Unicaja de Artes Plásticas.
www.obrasocialunicaja.es
Viernes día 8
PROCESIÓN NTRA. SRA. DE LOS REMEDIOS. 20:00 Horas.
Viernes día 9 y Sábado día 10.
Diversos actos de la Soberana Orden Militar  y Hospitalaria de Caballeros y Damas
Nobles de Andalucía del Infante don Fernando y Santa Eufemia.
Sábado día 10
PROCESIÓN DE SANTA EUFEMIA.  19:00 Horas.
Sábado día 17
CONCIERTO LÍRICO. LOS TRES TENORES
A CARGO DE TEATRO LÍRICO ANDALUZ. Iglesia de San Pedro. 21:00 horas. Donativo: 8 Euros.
Organiza: Cofradía del Consuelo.
Sábado  día 24.
ANIMACIÓN A LA LECTURA “CUENTA CUENTOS”
Biblioteca Supramunicipal San Zoilo. 11:30 horas.
Información:
Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Antequera.
Correos  electrónicos:  cultura@antequera.es  –  fmc@antequera.es  -  festejos@antequera.es  –
cij@antequera.es
Teléfonos: 952708134/35. Centro Cultural Santa Clara. Calle Santa Clara, 3. Antequera. Página Web:  www.antequera.es

Esta programación puede estar sujeta a modificaciones.

martes, 30 de agosto de 2011

CAFÉ PARADISO


Fuente ilustración peymanworld.blogspot.com


 Finalista XIV Certamen Literario “Vigía de La Costa” de Benalmádena

Un cuento chino de Paqui Castillo 

Hacía más de cuatro décadas que no llovían clientes en el Café Paradiso de Shanghai. Corrían malos tiempos para un negocio basado en la compra-venta de recuerdos, apenas resquicios marchitos de postales en sepia colgando de sus herrumbrosas esquinas. Aquellas fotografías, positivado del blanco y negro de la vida, rememoraban los años gloriosos del café cantante y la mulata de caderas finas subida a la tarima flotante, entonando un fado bilingüe desde sus labios de lirio:
Aqueles sones, aquel delirio,
ritmo de agua fuerte
color martìrio.
Dixo el guajiro a su hembra.
ven para la fuente,
carinho,
eu tenho saudades, lembra-
te de mim por sempre.
Mais ela non vinho…
Klaus Kinder no era más que uno de aquellos fantasmas avocados al olvido. Entró en la estancia precedido por las solapas de su amplia gabardina avellana. Le brillaban los ojos viejos, como el oro avaro eran sus pupilas empequeñecidas por la mortecina luz del disco solar. Caminó despacio, perdiéndose en los recovecos de humo y sombras, navegando en la pestilencia somnífera del fumadero de opio clandestino. Como un sonámbulo que despertara en el trapecio de un circo, Klaus Kinder se aferró a la barra al musitar la comanda:
-Un doble güisqui on the rocks. Sin soda.
La dueña taladró a Kinder con la mirada, ladrando lascivamente una grosería desde su boca de perra esculpida en carmín. Era una arpía de la noche. Quería colgar a Kinder como un trofeo en su cama, como un camafeo en su feo escote de fantoche arrugado. Escupió:
- Ni modo, encanto. Hace milenios que los barcos heladeros no recalan en Shanghai.
- ¿Así pues, no es un sueño? –masculló Kinder.
-Ciertas verdades parecen serlo- sentenció la dueña.
Klaus Kinder reparó en el polvo de los cristales del estante azul turquesa donde medio siglo antes habían lucido los delicatesen traídos de todas partes del cosmos. Él era un niño, y el Café Paradiso un abigarrado mosaico de naciones haciendo sobre las mesas el amor y la guerra. En el ruidoso peristilo columnado, tres gracias desnudas repartiendo sus dones entre el gentío –belleza, juventud, ingenuidad- con pétalos de rosas de vainilla sobre el vientre. El biombo de bambú y tras él los muchachos orientales preparando su espectáculo gimnopédico de contorsionismo equilibrista. La lámpara de aceite y la ensalmadora árabe recitando letanías coránicas. Y aquella morocha de ojos de gata, mitad portuguesa, mitad guineana, levitando sobre sus tacones de aguja la voz cavernosa…
ameaçam como um perigo
a hora da morte,
os suos beijos asesinos.
Dia e noite lembra
dia e noite lembra…
El flashback no duró más de un segundo, pero le dejó un sabor ascórbico en la garganta trémula. Pagó su óbolo y se retiró de la barra, de las garras de la dueña y de su maldición de capitana pirata dispuesta al abordaje de la carne yerta. Y allí quedó la gárgola, sus senos fláccidos sobre el pretil pétreo, inconmovible, de la barra, agonizando una sonrisa de deseo tránsfuga evadido de su cárcel pantagruélica.
- Y pensar que los cinco continentes cupieron en esta puta punta del mundo- gimió Kinder.
Había como una corriente magnética que le atraía al lugar. Tal vez en la dársena hubiera oído una vez, en su torturada adolescencia, que los hombres no eran hombres del todo si no habían probado el sabor del Café Paradiso. Klaus Kinder recordó haber reído, por primera y última vez en su vida, porque no otro amargor que el de los posos del Paradiso corría por sus venas. La morocha había tenido la culpa.
Kinder era el Moisés de la dársena, y Shanghai su cuna. El recién nacido era como un hálito diminuto y parpadeante que gemía al son de las sirenas de los barcos heladeros del puerto. Al principio nadie había reparado en su presencia, en su resuello agitado de lobezno recién salido de la matriz capitolina. Un bulto cualquiera al pie de la dársena para pasto de gaviotas. El que la piltrafa de harapos se moviese y respirase no habría de llamar la atención de nadie: de Ulang Bator a Heilongjiang los niños abandonados se exponían para mofa del vulgo y morían sin clemencia apisonados por el gentío inmisericorde. Kinder creía aún sentir el roce de las ruedas del capitoné estampado en cretona roja contra los adoquines de la dársena, y a la voz musical ordenando:
- Deténgase aquí. Eu posso caminar sozinha.
Fuente ilustración http://www.ceitai.com/
En este punto Klaus Kinder ya no era capaz de distinguir si lo siguiente que venía había sido inventado por sí mismo o pertenecía a las fantasías entretejidas en los relatos con que la morocha le amodorraba antes de dormirse. Pero la imagen de la mujer bandera recogiéndole del suelo, con su vestido de talle de avispa, la áspera cabellera crespa domesticada por las ondas al agua, el matiz singular de su piel como cáscara de almendra, a la vez  repelente y suave, era como una prolongación de los impulsos cerebrales que dominaban sus anhelos y le habrían de perseguir al otro mundo. Al parecer, la morocha esperaba recado en la dársena de un contratista de fama dudosa que habría de llevarla a hacer las Américas. Pero el vapor a las Indias de Occidente no llegó a arribar y en su lugar, recaló ella, trasudada y olorosa a especias, ardiendo en maternidades insatisfechas, con un niño de pecho en los brazos y una maleta vieja ante las puertas del Café Paradiso, abiertas por una recomendación alabadora de sus estentóreas cualidades de cupletista de repertorio.
La morocha de ojos verdes quería a Kinder por encima de sí misma. Le puso su nombre en honor al capitán germano con el que había yacido en Harbin, un soldado alto, rubio tabaco, ebrio de soledad en el dining-room donde compartía su cena junto a los otros centuriones del Káiser Guillermo. Afinando el piano del Paradiso, la mulata iba marcando las huellas de su fugaz historia en el córtex sensible del cerebro de Kinder.
- Dime qué sentías por él, morocha- reclamaba, devorando el espacio que los separaba con sus ojos antiguos.
- Consentido, eu he vivido longo. No me acuerdo bien de ele…- cortaba ella, mintiendo por lo sano.
Y entonces fallaba una tecla entre sus dedos, rompiéndose el sonido en delgadas hebras que percutían en la estancia como mariposas metálicas.
Kinder se acostumbraba a odiarla atrapada en su rosario de amantes prófugos, y despreciaba en ellos por igual al prócer caudaloso y al esteta sin ochavos: todos dejaban un rastro a varón en las sábanas que ensuciaba sus sueños de niño. Dormían él y la morocha bajo las grandes cajas de orujo del almacén del Paradiso, sobre un antiguo hangarillón con el que los holandeses habían transportado mercancías agrícolas a la dársena hasta bien entrado el siglo. Cuando llegaba la nueva conquista ansiosa de vicio, Kinder reptaba como un zapador por el suelo del patio y amanecía sobre el piano del café, un dedo presionando la tecla rota y los ojos de viejo abismados sobre la nada estenoscópica del estrado falso.
El segundo flashback fue interrumpido por un plano general del local en penumbra. La lámpara de tungsteno dividía en dos el salón desierto. Una polilla revoloteaba en torno al círculo lumínico dando golpes kamikazes contra el cristal fosforescente. Kinder prendió un pitillo y se acercó a cámara lenta a la pared del fondo. Relucían los ojos de la morocha, sonriéndole burlona desde la dimensión centrípeta del retrato en cartoné desfigurado por el verdín de la humedad. Parecía decir: o meu filinho… pero miraba a otro, condenando al imberbe de la foto al ostracismo del fondo del armario y su chorro gravitatorio de perfume hecho con veneno de araña y flor de caléndula en mezcla variable siempre armoniosa.
- Cuánto tiempo, morocha- susurró huidizo al compás del humo del cigarro sobre el helado passpartout de la postal en sepia. Los ojos verdes parecieron destellar, frígidos, mistéricos.
La dueña salió de la trastienda y obsequió a Klaus Kinder con una mueca condescendiente. El café olía a hecatombe de cripta cerrada y apenas era media tarde. En derredor de las sillas vacías musitaban las ratas su lenguaje morse y, a lo lejos, resoplaban las chimeneas de los cargueros el himno gutural de despedida en la dársena. Kinder se abotonó la gabardina porque fuera el monzón hacía claquetear los ventanales.
- No pasará de esta noche- sentenció la dueña, mirando a hurtadillas hacia la húmeda calima de la calle.
-  Nadie en esta jodida ciudad lo sabe- aventuró Kinder –tal vez llueva eternamente.
Las baldosas carcomidas sostenían dadivosas el peso hercúleo y primitivo del piano ya sin teclas. Kinder estrelló su vaso contra el suelo y malcontuvo un acceso de vómito al comprobar que el estante turquesa era el nido de un extraño insecto acéfalo. La ventisca destripaba los últimos terrones de la primavera. Klaus Kinder sintió que se le derretían los huesos, calados hasta la médula del alisio tórrido.
- A chuva e un regalo dos ceus- solía decir la morocha cuando el monzón cubría de nubes negras el pasillo oscuro de la dársena. Y Kinder notaba cómo la envidia devoraba su corazón diminuto al paso de los vientos, esos dioses viajeros sin equipaje ni escala en puerto. De vez en cuando, le comunicaba a la morocha su deseo de embarcar en la dársena para no volver nunca.
- Si tú marchases, eu morreria.
-Nadie muere por nadie, morocha.
-Morreria. Eu sei.
La mulata ojos de gata cumplió sin tardar el vaticinio. No bien hubo puesto un pie en la dársena, párpados cargados de la arena de un llanto reciente, se precipitó por el muelle hacia el fuelle de olas que tres días antes había arrancado de Shanghai al hijo adoptivo.
La municipalidad entera acudió al responso. Las autoridades de Zhejiang y Jiangsu enviaron mensajes de condolencia al Paradiso, lleno hasta la bandera de telegramas que la dueña, en un arranque de ternura, ciclostiló y convirtió en farolillos de papel que proyectaban la octogónica caligrafía china contra las paredes mustias.
Klaus Kinder nunca lo supo.
Y ahora había acudido al Paradiso con un arrebato de temor grabado en la nuca, esperando encontrarla sentada sobre su taburete adamasquinado, templando las cuerdas vocales del piano de cola, más joven que nunca, por descontado hermosa. Negaba la dueña su pregunta antes de ser formulada.
-  Nada sé de ella. Pregúntale a la dársena- respondió inconmovible la dama duende, agitando la espesura del bosque de sus cejas fantásticas.
Y era verdad. Sólo quedó en el puerto el viejo vestido de talle de avispa, aquella esencia ácima de su sudor congelado en el tiempo. No devolvió el mar cadáver alguno por el que llevar un luto.
La vieja dragona suspiró con codicia exponiendo a la venta, por postrera vez, sus encantos infectos de hachís y alcohol. Kinder se precipitó hacia la puerta sin intención de despedirse de la cancerbera y sus efluvios de ángel de exterminio. Hundió los puños cerrados en el mullido tafetán de los bolsillos, y comprobó que no quedaba en ellos más que una sola moneda. Bramaban fuera, redoblando al son de tormenta tropical ecuatoriano tam-tam, los tambores del firmamento. El Café Paradiso crepitaba como una pagoda de barro bajo el monzón indolente, cemento líquido que aplastaba fondo contra forma y desdibujaba el contorno de la realidad efímera de las lámparas de neón desleídas por la lluvia.
Dirigió un último vistazo a la postal. La morocha le seguía observando desde el parapeto de sus ojos de gata, agigantados hasta el detalle nimio en la mirada oblicua de Kinder. Jugaba a tres bandas desde su quietud compleja de diorama excéntrico, vertiginoso, aleph de celos reencontrados. O meu filinho
- Madre-musitó.
Fuente fotografía  http://www.estuimagen.com/
Enseguida se arrepintió de su flaqueza, y aquella madrugada continuó llamando morocha al espejismo del Paradiso, delgado espectro asomado al colosal abismo de sus tacones de aguja impregnado en el celuloide escarlatino del beso edípico, voraz y asesino, demonio turgente convocado desde las profundidades de la dársena oscura, tragada por el contumaz infierno del primitivo diluvio.

LIBRO TOTAL, LIBRO VIRTUAL

Hace muy poquito tiempo tropecé por casualidad con este enlace. La verdad es que no buscaba nada en concreto, sólo solazarme a gusto y huir del tedio.  Y hallé un remanso entre las guardas virtuales de los libros de esta Babelia extraña. Increíble, pero cierto:
http://www.ellibrototal.com/ltotal/

PÁGINA WEB OFICIAL DE ANTONIO GALA

http://www.antoniogala.es/

ALGODONALES, PARADA Y FONDA Crónicas del Campeonato Andaluz de parapente



Por Paqui Castillo Martín
Algodonales, Cádiz, 15 y 16 de mayo de 2010. Unas fechas emblemáticas para los amantes del parapente. Un lugar mágico, lleno de la luz de Andalucía, recogido entre montañas, apenas una mancha de blancor en medio de un paisaje de caliza y colinas suaves de encina y olivo. Entre el pueblo y el despegue, unos kilómetros de verde tapiz sin pausas a excepción de la pedanía de La Muela. La carretera del ascenso es sinuosa, como una culebra de piedra, y las panorámicas, esplendorosas, magnéticas, imposibles de abarcar para quien no las tenga a vista de pájaro…
 Aquí, entre la roca escarpada y un pequeño tajo que se precipita sobre una llanura mansa, como sacada de un cuento de Juan Rulfo, ha tenido lugar el campeonato de Andalucía de Parapente, organizado por el joven club Zero Gravity, que sin contar aún con un año de vida carga con la responsabilidad de una prueba que, hoy por hoy, es más importante que nunca. Así nos lo explica Javi García, uno de los instructores de la escuela: “el campeonato tiene mucha más relevancia este año, pues hasta ahora había sido una prueba entre amigos  integrada en pruebas de la liga nacional. Pero desde 2009 hay un grupo de trabajo que le está dando un gran empuje a la liga y ha dado bastante más importancia al campeonato”, nos comenta.
 Javi es uno de los integrantes de este equipo, y junto a José Ramón Pérez forma un sólido tándem que ha hecho de Zero Gravity una escuela de altos vuelos, enclavada en el mismo corazón de la sierra de Cádiz. ¿Qué tiene la escarpada silueta de Líjar que tanto atrae a los apasionados del vuelo libre? Nos entrevistamos con la ex campeona de España de Parapente, Beatriz García, madrileña de nacimiento, pero muy vinculada a Zero Gravity y a Algodonales: “mi experiencia en Algodonales es fantástica. Es un pueblo pequeño, muy tranquilo, y  tenemos la montaña muy cerca y muy accesible. Los vecinos son muy acogedores, hace muy buen tiempo y si te gustan el vuelo, la montaña y los deportes, es el lugar ideal”.
Sábado. Amanece gris. Ironías de la meteo en un pueblo con más de doscientos días de sol al año. La montaña se despierta orlada por bandas de nubes negras que amenazan, inclementes, lluvia sin tregua. Sopla viento fuerte y hace frío de invierno. Los pilotos se concentran ante las puertas del Zero Gravity, mirando al cielo, recelosos. Pero Javi y José Ramón confían en que se sacará adelante la manga, y no dan abasto preparando las inscripciones de última hora. Junto a las furgos de remonte nos encontramos a Mario Prados, viejo conocido en estos lares, que nos cuenta sus impresiones sobre una prueba que aún nadie sabe si se va a poder disputar: “hoy tenemos la meteorología en contra, por la nubosidad, aunque esperamos que baje entre las  una y las dos de la tarde, y por el viento, que lo tenemos de noroeste y está algo fuerte”, dice, confirmando nuestras sospechas de que hoy habrá que pelearse duro con el tiempo.
A pie de inscripción nos encontramos a los ángeles de la guarda del Campeonato, dos miembros de la Guardia Civil de montaña, un cuerpo de élite especializado en rescates complicados. ¿Qué hacen aquí? Ser la sombra móvil de los pilotos, ir tras ellos, pegados a las faldas de sus furgos vigilando cada movimiento para hacerlo más seguro. Se llaman Nicolás Rando y José Luis Verdesoto. Dejemos que nos cuenten ellos mismos cómo se lleva a cabo su labor de precisión: “trabajamos en Sevilla, Málaga y Cádiz. Intervenimos en salvamento en todo tipo de deportes de riesgo, como escalada, montañismo y vuelo libre, en patrullas de dos. Somos un equipo móvil totalmente dependiente de los deportistas, a los que seguimos de muy cerca”, aclara Nicolás.
Después del primer briefing cortesía de José Ramón, montamos en los coches de remonte y disfrutamos del placer de entablar amistad con gentes adorables que hasta hacía cinco minutos eran completos desconocidos. Jose, madrileño, es alumno de Zero Gravity, y ha venido para disfrutar del campeonato en tierra, porque aún tiene poca experiencia y prefiere esperar un poco a poder emprender el vuelo. De su mano llegamos al despegue, después de un viaje algo largo pero delicioso a través de un camino encantado que atraviesa un bosque de encinas y monte bajo. Allí nos espera Miguel Velasco, haciendo un alto en sus labores de  espléndida colaboración con la organización del campeonato. Miguel, del Club Sevilla de Parapente, es el patriarca de una familia de amantes del vuelo libre, que incluye a su mujer Emilia, y a su hija Azahara, dos campeonas dentro y fuera de los circuitos de aire, pioneras del vuelo libre femenino: “somos una de las pocas familias que vuela en España. Yo he tenido la fortuna de que empecé el deporte al principio, y fui animando a mi mujer, de una forma más tranquila al principio, y ahora está también compitiendo, tanto en la liga como en el campeonato. Y Azahara, que siempre quiso volar desde muy joven, lo ha empezado a hacer ya. Yo animo a todas las familias a que vuelen, pues es un deporte muy sano, con muy buen ambiente, una verdadera maravilla”, recalca.
Es la hora del bocadillo y las rachas de viento son cada vez más fuertes. Las primeras velas se abren, se hinchan y son arrastradas hacia atrás. Las térmicas son inestables, porque el sol apenas calienta. Cruzamos los dedos invocando la misericordia de Eolo olímpico. ¿Escuchará el altivo dios nuestras plegarias?
A medida que transcurre la tarde, el viento amaina y comienzan a formarse, tímidamente, las térmicas. Parece que Eolo se ha dignado a escuchar nuestras súplicas. Las nubes se deshacen como copos de algodón en rama, y cada vez son más altas, más lejanas. Los pilotos se enfundan sus trajes, hinchan sus velas y se deslizan suavemente por la pendiente de la ladera en dirección al paisaje flotante de color verdecastaño. Nuestros ojos, que nunca han volado libre, les acompañan lentamente desde tierra, con la envidia que el bípedo implume siente hacia el ave del paraíso.
Con parsimonia el cielo se abre, azul y límpido, sobre el valle gaditano. Los parapentes se elevan, juegan con las corrientes, se dejan llevar por suaves oleadas de aire en movimiento, describen bellos círculos concéntricos de elegante quietud. El espectáculo está servido. El mirador se llena de curiosos tomando fotografías y vídeos de los hombres y mujeres pájaro que se encuentran, ya por fin, en su medio natural.
46 pilotos disputan la prueba. Con un recorrido total de 41,7 kilómetros, el startpoint se encuentra al final de la ladera norte, y desde allí se va abriendo hacia el valle, donde los más rezagados pinchan. La primara baliza está en el castillo de Olvera. Los pilotos se van agrupando desde el comienzo de la prueba para respaldarse unos a otros y no quedar aislados en el llano. En cabeza, los hermanos Reina y Ramón Morillas, y a continuación el resto. Tras balizar en Olvera, da comienzo a la última parte del recorrido, 25 kilómetros trepidantes hasta el aeródromo de Ronda, en los que los pilotos se dispersan para facilitar la entrada en ascendencia y evitar el temido pinchazo de última hora, lo que no impide que muchos de ellos acaben la carrera en el último valle antes de Ronda, a las puertas del ansiado gol.
El primero en llegar es José Manuel Reina, con su hermano Fran pisándole los talones, a sólo siete segundos. A continuación, Ramón Morillas se asegura el tercer puesto en podio. En cuarto lugar y primero en clase Serial y clase Sport está Miguel Ángel Ruiz; segundo y tercero de la clase Sport son Luis Castellanos y José Ignacio Robledo. En clase Club, se colocan en cabeza José Ignacio Robledo, Samuel Aguilera y Daniel Blanco. En categoría femenina, la victoria es para Sofía Rebollo, y por clubes, se alza con el primer puesto el Club Sur de Deportes Aéreos. Enhorabuena, chicos.
Haciendo una valoración global de la prueba, Javi García nos comenta: “estamos muy contentos porque la prueba ha salido muy bien. Nos alegra particularmente el hecho de que hubo mucha gente en gol. De los 46 pilotos inscritos, han llegado diecisiete, y lo interesante es que son deportistas de todos los niveles, no sólo velas de alto nivel, sino también de niveles 1-2 y 2, con velas intermedias o básicas. En resumen, muy buenas sensaciones y muy buen vuelo para todo el mundo”, dice.
A la vuelta a Algodonales bajamos en la furgo de Ruth, una joven de Calahonda que nos cuenta su historia de amor con el parapente: “hice el curso en 2000. La escuela estaba en Benalmádena. En esa época no tenía coche y dependía de otras personas, y estuve  muchos meses  yendo al campo, esperando que la manga se pusiera bien para volar. Al final planeé dos veces en Casarabonela, pero la meteorología seguía sin ser favorable, y ante todas esas dificultades abandoné el deporte. Pero años más tarde, en 2007, empecé otra vez, en Algodonales”. Aún recuerda lo que sintió la primera vez que se lanzó al vacío, pero no lo puede describir con palabras: “cuando aterrizas, experimentas una sensación de alegría, de euforia, de ponerte a gritar. Si llevas deseando hacerlo mucho tiempo, sientes una recompensa y un bienestar increíbles”.
Ruth viene con su novio Miguel, que participa en el campeonato. La acompañamos hasta el lugar donde ha pinchado para recogerlo, y en el camino nos encontramos con Emilia, y algo más adelante con su hija Azahara. También se nos une Rubén, uno de los responsables del club de El Yelmo, que ha pinchado cerca de la Muela. La furgo, que lleva en la parte trasera la enorme pizarra que usa José Ramón para marcar los hitos de la prueba, ocupa mucho espacio y todos vamos cada vez más apretujados. Ya de camino a Algodonales, con Miguel sano y salvo conduciendo la furgo –más parecida al camarote de los hermanos Marx que a un vehículo de tracción a las cuatro ruedas- nos encontramos con una caravana que hace su particular peregrinaje al camino del Rocío. Y es que se respira  la fiesta, en el aire.
Fiesta…una de las palabras más castizas del vocabulario hispánico y quizá la más hermosa. Después de pasear por las avenidas populosas, pulso de la vida de este pueblo de sierra, nos sentamos en sus terrazas y degustamos sus platos típicos. En cada casa, en cada comercio, nos espera una sonrisa del que sabe que al turista le gusta encontrarse entre los suyos, aunque verdaderamente Algodonales es…otro mundo. Otro mundo recóndito y perdido, refugio donde los hombres y mujeres pájaro han hecho su nido o vuelven cada año en la estación de las migraciones. La simbiosis entre humanos voladores y habitantes del lugar es cuasi perfecta. ¿Por qué será? Mejor  preguntarle a Gerardo Ganter, un alemán enamorado del Sur desde hace media vida: “llevo viviendo en Algodonales veintisiete años. Andalucía en general es un lugar maravilloso, el clima es fantástico, comparado con el resto de Europa. Hace casi treinta años que practico el vuelo libre. En España es muchísimo mejor volar que en mi país, ya que en invierno lo hacemos más frecuentemente que en Alemania”, dice.
Tras nuestro divagar por los rincones típicos de la villa blanca en las faldas de Líjar, regresamos al albergue “Al qutum”, cuyo nombre nos revela en su etimología el pasado árabe aún presente en el trazado de sus quebradas calles, en la huella que sus casas bajas conservan del perfume a nardo y clavo de las antiguas juderías y zocos moriscos. Las paredes silenciosas rezuman historia…
En la entreplanta del Al Qutum hacemos nuevos amigos. Nos disfrazamos con los restos del festín del último carnaval algodonero, nos tomamos fotos, reímos y gastamos bromas. Perdemos el sentido del ridículo y somos más nosotros mismos. Al fin de cuentas, estamos en Algodonales, y Algodonales, lo sabemos ya, es…otro mundo.
Entre el Al Qutum y el restaurante El Arenal hay un kilómetro escaso. Merece la pena recorrer el trayecto a pie, porque el sendero está flanqueado por frondosos árboles y el aire serrano es tan puro que podría beberse en copa. Pero es de noche, y nuestros compañeros de parada y fonda se ofrecen galantes a llevarnos en coche hasta el lugar donde nos esperan el bullicio y la algarabía que trae consigo la palabra fiesta.
Nos sentamos frente a frente de un trío singular: Andrés, Silverio y Alain. El cómo personas tan distintas como ellos pueden congeniar tan bien es un misterio que tratamos de resolver indagando un poco en sus vidas. Mientras Silver paga la ronda de Rioja –brindis a la amistad en tierra que compensa su pinchazo en altura- Andrés nos habla, cual si leyera en voz alta un relato de Las mil y una noches, de los países que ha visitado, de los desiertos que ha recorrido, de las gentes variopintas que ha conocido y de las que ha aprendido tanto. Nos cuenta que la vela, a medida que alcanza techo, permite ver un paisaje único, que al mismo tiempo se va empequeñeciendo y agrandando ante la mirada del hombre pájaro: “es otra dimensión, la tercera, la que no puedes de ningún modo lograr en superficie. El espacio ante ti es inabarcable si hace un día claro, y puedes apreciar de un modo especial cómo se va comprimiendo y reduciendo para pasar a formar parte de un espacio mucho mayor, casi infinito”.
En el salón del Arenal somos ya todos viejos amigos, aunque a muchos de los comensales acabamos de conocerlos hace cinco minutos. Quizás son los efluvios del vino, pero parece que llevamos años compartiendo mesa y mantel con estas gentes hospitalarias, que nos han abierto las puertas de su casa y de su corazón. Cansados, nos retiramos a las habitaciones del Al Qutum sin pasar por la barra del bar para tomar la última a la salud de Silver, pero esperando que el resto del personal sepa sacar provecho al diccionario y beberse hasta la última gota de la palabra fiesta.
Desde el mirador del albergue se contempla el universo entero. El pueblo es fondo, sombra. Y nos entran unas ganas terribles de volar…
El viajero está soñando que vuela sobre un campo de trigo, una extensión parda, deleitosa, visión apenas entrevista del anhelo inconsciente. A las ocho de la mañana, los trinos de los gorriones y las golondrinas son el despertador más dulce que se pueda imaginar. El domingo amanece como una balsa de aceite. Desayuno en el albergue, tomando el pan agradecido de la tierra casi virgen, intercambiando impresiones con los compañeros resacosos que prolongaron la noche anterior hasta la madrugada. Un paseo al Arenal para bajar los humos del sueño y comenzar a pensar en la última manga. Eolo se ha ido con el viento a otra parte, y en su lugar ha dejado un potente anticiclón que ha barrido hasta los últimos restos de las nubes medias y altas. Hoy puede pasar cualquier cosa.
Remontamos. Intentamos grabar en nuestras retinas la impresión del último ascenso. Hoy vamos con pilotos tarifeños y argentinos. Conduce la furgo un matrimonio inglés para el que chapurreamos un sonoro “thank you” al llegar al despegue. Nos vamos agrupando ante el lugar donde José Ramón está preparado para dar el briefing. El problema de hoy es justo el contrario al del sábado, el aire no se mueve, aunque se espera que sobre las tres de la tarde comience a soplar con algo de fuerza, por lo que la organización declina lanzar la manga en otra parte. Nos quedamos en Poniente. Y cruzamos los dedos.
Queremos charlar con Azahara, estudiante de primero de Física y una de las pilotos más jóvenes y prometedoras del campeonato. Es de hablar sosegado, mirada calma, inteligente y noble. Y es que, después de haber preguntado a diestro y siniestro qué se siente cuando se vuela, para poder a nuestra vez sentirlo aunque sea por experiencia vicaria, nadie como ella nos lo define tan sencillo y contundente. Es una delicia escucharla: “se disfruta de una sensación de completa libertad. De repente te liberas y sientes ese toque de adrenalina. Entonces eres como un pájaro, al tener la libertad de moverte por la masa de aire como un animal, aunque éstos tienen mucha más sensibilidad para percibir los cambios a su alrededor. Sabes que puedes desplazarte de un lado a otro sin ataduras. Y te sientes vivo”. ¿Son necesarias más palabras?
Aprovechamos que los deportistas aún no salen –la meteo se burla de las previsiones, y el viento, perezoso, no quiere levantarse de su lecho- para entrevistar a la flor y nata de los deportes aéreos, los hermanos Reina Lagos. Fran, el más pequeño, apenas tiene veinte años, pero posee un palmarés tan extenso que pronto va a tener que mudarse a una casa más grande para que le quepan los trofeos. Y es que ha tenido un excelente profesor, su alter ego, José Manuel: “desde pequeño he vivido el vuelo, acompañando a mi hermano, que fue quien me enseñó todo lo que sé. Como instructor es muy estricto y exigente, lo que  hace que sea tan buen  maestro”. Sobre sus perspectivas de futuro, aún no tiene claro si quiere dedicarse profesionalmente a la competición. Acaba de terminar el Bachillerato, y tiene abiertas las puertas de todas las universidades por su condición de deportista de élite, aunque prefiere tomarse un tiempo para pensarlo bien antes de decidir. A buen seguro que destacará en aquello que haga, porque  tiene voluntad de hierro y madera de campeón.
Una de la tarde y solano duro azotando la loma de Poniente. La meteo sigue preocupando, porque el viento aún no despierta. Dicen los expertos que está llegando, aunque bajo mínimos, del Este, y que a medida que el sol se mueva se va a colocar de Poniente, permitiendo el despegue con viento de Levante en altura. Preguntamos a Javi García en qué va a consistir la prueba de hoy: “lo más seguro es que la pongamos en dirección a El Bosque, Prado de El Rey o Bornos. Si no hay mucho viento, se puede poner una prueba de triángulo. Suele ser un tipo de prueba muy complicada, porque siempre incluye un tramo en el que el viento viene de cara, que las velas de alta gama pueden afrontar mejor que las más flojitas”, explica.
Pero pasan las horas y las previsiones no se cumplen. Eolo, huidizo, se burla de nosotros. El dios del viento, haragán, no quiere salir de su escondite en las alturas. A veces, por divertirse, permite que se formen pequeñas térmicas como bucles diminutos, que desaparecen tan pronto como han llegado. El comité no desiste, ni tampoco los pilotos, que comienzan a vestir sus trajes y a desplegar las velas. Pero el cielo es un espejo de calma y la mayoría no tarda en arriarlas y levantar la bandera blanca de la rendición. Aún así, se fijan las cinco de la tarde como deadline para emprender el vuelo. La expectación es máxima. Familiares y acompañantes se congregan bajo las encinas, huyendo de los ataques impetuosos del astro rey. Todavía hay esperanza, aunque se difumina lentamente a medida que pasan los minutos y llega la hora marcada para la salida. No hay una sola vela en el cielo. El NOAA y sus afanes de ciencia inexacta nos han dejado con la miel colgando en la comisura de los labios y la decepción pintada en el rostro. Claudicamos.
 La última bajada a Algodonales. Una despedida silenciosa, prometiendo un “hasta luego” que sólo escuchan los elfos y los duendes que habitan el bosque gaditano. El viajero siente un extraño dolor en el pecho que algunos poetas llaman añoranza, porque antes de irse ya está echando de menos los momentos vividos. Experiencias únicas, como escuchar cantar a Ramón Morillas la noche de la llegada, en el pub del centro del pueblo donde se junta la peña del vuelo, la banda sonora del Bagdad Café. O el atardecer algodonero, entre pinsapos y claveles, genuina esencia del ser andaluz y serrano, auténtico privilegio que compartimos los que somos o nos sentimos del Sur. Y mientras, ya en el coche, contemplamos la puesta del sol desde la carretera, nos viene como una ráfaga la dulce melodía de un recuerdo imposible de borrar:
I am calling you
Can't you hear me
I am calling you.
Hot dry wind blows right through me…
Padre nuestro, Eolo, que estás en los cielos, venga a nosotros tu reino.

FIN

domingo, 28 de agosto de 2011

MI CORAZÓN Y SU ALIMENTO, CRÓNICA DE UN TAPEO


Por Francisca Castillo Martín

Valle de Abdalajís, Málaga, 27 de mayo de 2011 
Llevo conduciendo todo el día. He sorteado mil peligros en la jungla de asfalto. Llueve y tengo frío en el alma. En la maleta un mapa, y en el mapa un destino: donde el viento me lleve. Tengo ganas de volver a mi casa, al seno de tierra y palma que siempre me ha ofrecido como una madre sus brazos abiertos. He decidido salir a su encuentro, en mi coche viejo, mi esperanza nueva de encontrar por fin el descanso. Un par de kilómetros antes de llegar al pueblo, me topo con un lugar extraño y bellísimo entre las rocas grises de la sierra.
Al abrigo de las tormentas, proclama su soledad a las nubes y los pájaros en el alto cielo. El Alamut, con su promesa cósmica de paz, me abre las puertas. Mari Carmen Yesa, su propietaria, me cuenta cómo surgió la idea de crear este remanso salido de un sueño: “Llevaba muchos años trabajando en una agencia de viajes. El ritmo trepidante en el que me encontraba envuelta, hoy aquí, mañana en Nueva York, no me satisfacía. Hubo un momento en que me dije: ésta no es  la forma de vida que yo quiero. Deseo vivir en contacto con la naturaleza. Siempre había soñado con un pueblecito pequeño que se llama Linares de la Sierra, en Huelva, y pensé que el Valle,  cercano a Málaga, que era por entonces mi lugar de residencia, podría ser un pueblo muy similar a aquel. Y decidí venirme a vivir aquí y como aquí no tenía trabajo hice de mi sueño un modo de ganarme la vida”. Mari Carmen sintió una gran atracción por la montaña Mágica de Abdalajís: “La primera vez que anduve por esta sierra y vi lo solitaria y lo virgen que era, me cautivó. Es una sierra donde podrían explotarse formas de turismo sostenible, respetuosas con el medio ambiente, si cambiara la mentalidad del autóctono y se habilitaran zonas limpias y entornos bonitos, que es lo que busca el turista que ama la naturaleza”. El establecimiento de Mari Carmen también está muy ligado al vuelo libre. Surgió en los años dorados y muchos de sus clientes siguen siendo pilotos de parapente y ala delta: “Cuando decidí abrir un hotel en aquella época había todos los fines de semana en el Valle ochenta o cien personas volando en parapente. En ese momento no existía ningún hotel, y me di cuenta de que era una zona con un atractivo y un potencial muy fuerte para este tipo de turismo. Y entonces decidí crear El Alamut”. Sin embargo, en su opinión, aún hay graves problemas que debe afrontar el vuelo si quiere remontar: “Después de muchos años, aún no hemos conseguido tener en propiedad los despegues y aterrizajes para facilitar la práctica de un deporte que después de treinta años ya debería estar consolidado, y yo creo que eso es un poco dejadez por parte nuestra”.  La conversación fluye mientras me tomo el generoso desayuno que ha preparado la anfitriona: “Mi idea es intentar darle al cliente productos de calidad, cuanto más artesanales y más caseros, mejor. Procuro elaborar todas las mermeladas que consumen los clientes, elaboro el pan también, el aceite es de la molienda de las aceitunas. Todo lo que has tomado no tiene ningún tipo de aditivos, y ésta es la base principal de la alimentación en el Alamut. No tenemos grandes lujos, pero todas las comidas están hechas con un ingrediente principal: el cariño”.
Sigo mi periplo. Las calles a esta hora están llenas de viandantes. Jueves de mercado. Gritos de los vendedores, mercancías por las calles y olor a flores. Me siento parte del entorno, porque estar aquí es como volver a casa, al idilio de la infancia. En la plaza de San Lorenzo, en el centro del pueblo, se alza el bar “Rincón del Tapeíto”. Es un lugar acogedor, con una atmósfera familiar y tranquila. En él me recibe su dueño, José Antonio Pérez Rosa, Pepe, quien me cuenta la historia de este local lleno de vida y de recuerdos: “El Rincón del Tapeíto, que antes se llamaba Bar Pilas, tiene unos ciento veinte años. Ha sufrido una serie de trasformaciones a lo largo de este tiempo, y hace poco decidimos cambiarle el nombre por uno más comercial, la gente busca más los rincones así”.
Delante de una sabrosa variedad de tapas, seleccionadas de una carta con más de veinticinco, Pepe comenta: “Lo que más trabajamos aquí es la cocina del interior de los pueblos, como puede ser las migas, las sopas perotas, el aliño o la porra antequerana. Dentro de mis especialidades están la carrillada, la vieira al pil- pil,  los pinchos de pollo, las brochetas, los espárragos, el revuelto de tagarninas o el de setas”. Depositario de una larga tradición de restauradores, Pepe es consciente de los cambios que el siglo ha introducido en la forma de vivir y de comer: “Aquí hace veinte años se comía lo típico: calamares, boquerones, tortilla de patatas y poco más. No había costumbre de otra cosa, no había medios, no se podía traer pescado fresco y los congelados tampoco estaban muy avanzados. Ahora estamos a veinte minutos de Antequera y a cincuenta de Málaga y tenemos al alcance cualquier pescado o marisco fresco y hay una extensa gama de productos de la zona que antes no había”. Pero la tradición no está reñida con la modernidad y en los fogones de Pepe se cocina también con creatividad: “Entre mis platos más innovadores se encuentran los saquitos de queso de cabra o de cangrejo. Se cuida mucho más la presentación que antes, porque actualmente se ha ampliado el abanico de edades de la clientela y tienes que adaptarte a sus gustos”, explica. El Rincón del Tapeíto también es especial porque tiene su corazón en el vuelo libre y su memoria anclada a los años dorados del parapente y el ala delta en Valle de Abdalajís.
Pregunto a Pepe por una gran fotografía enmarcada y firmada que ostenta tras la barra, y me responde, con orgullo: “Es un póster firmado por los cinco mejores pilotos de parapente del mundo, que se encontraban juntos en el Valle por esas fechas, diciembre para ser más exactos, cuando en ninguna otra zona de Europa se puede volar”. Y es que para Pepe, la caída de la actividad del vuelo en la zona es una desgracia, ya que “no poseemos ni ganadería ni industria. Lo que tenemos es senderismo, escalada, ala delta y parapente. Solamente lo hemos de promover un poquito”. La idea es que algún día renazca el prestigio que la zona cobró a mediados de los ochenta: “Todo el mundo en vuelo conoce Valle de Abdalajís. No es difícil que resurja, quizás ya no con la fuerza de los primeros años, pero sí como lugar de destino de los amantes de este deporte. La zona está, los vientos están, la simpatía y el agrado de la gente está y no creo que sea difícil volverlo a recuperar”. Los medios, según Pepe, son muy sencillos: “Hacer una buena campaña de publicidad e intentar tener unas buenas infraestructuras. Lo único que se necesita es tener ganas de trabajar y ponerse manos a la obra, porque la materia prima ya la tenemos”. Le pregunto a Pepe que sitios me recomendaría visitar después del magnífico tapeo: “Yo te recomendaría que vieras la casa natal de Madre Petra. Es una residencia de ancianos que fundó Madre Petra de San José, donde se conserva su casa tal como era. También te aconsejaría que vieras el palacio del Conde de los Corbos, fundador de la villa del Valle de Abdalajís, el mirador del Cristo de la Sierra, desde el que se contempla todo el Valle, el rincón del Palacio, la ruta de los manantiales de los Atanores y  los lavaderos, y sobre todo que recorrieras cada una de las calles del pueblo porque cada una tiene una curiosidad. Si para mí es curioso ver a una persona mayor encendiendo un brasero, a una persona extranjera, que no lo habrá visto en la vida, le llamará mucho más la atención. Y como eso, cualquier cosa, una persona rifando un manojo de espárragos, o alguien con la yunta de mulos”. Me doy cuenta de que Pepe es un enamorado de su pueblo cuando me dice: “Tengo mi bar abierto desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Y a las 6 de la tarde, cuando cierro, en vez de irme a mi casa a Antequera me compro un paquete de pipas, me las como en la plaza y después me voy. Todas las tardes”. Yo creo que no hay mejor declaración de amor.
Varias casas más abajo del Rincón del Tapeíto me encuentro con un bar atípico, el Carpe Diem. Me llama la atención su decoración ultramoderna y cool  a base de paneles horizontales, transparencias y colores fuertes. ¿Qué hace este trocito de Manhattan en un pueblo del interior de Málaga? Pepe Rabaneda, su dueño, nos lo explica: “Llevábamos siete u ocho años regentando un bar más convencional, y decidimos montar un entorno único donde la juventud tuviera su lugar de reunión, y entonces nos encargamos de crear una decoración más moderna, con música y  ambiente selecto. Aunque el proyecto nos lo hizo una persona especializada, mi esposa, mi sobrino y yo recorrimos muchos lugares recogiendo ideas de decoración. Estamos muy satisfechos de haber conseguido este resultado”. Niños y mayores también tienen su espacio en el Carpe Diem. Una amplia variedad de comidas y música de todos los tiempos convierten este bar en un referente imprescindible los fines de semana. Al preguntarle si cree que hay una cultura de la tapa en el Valle, Pepe me contesta: “Yo creo que sí, porque el Valle es muy de tapeo. Siempre hemos intentado ir mejorando el sistema y creo que se va consiguiendo, porque afortunadamente tenemos todos los medios para dar todo lo que se le antoje al cliente. A la gente le tira mucho el tapeo del Carpe Diem”. Entre sus tapas más famosas, el pulpo a la gallega, la porra, el salchichón, el chorizo o la morcilla. “Pero las reinas de las tapas son las alitas, la ensaladilla de bocas, el calamar y la anchoa de Málaga”. Uno de los problemas que Pepe piensa que obstaculiza el turismo son las comunicaciones: “Las carreteras están un poco desfasadas, aunque el pueblo, como sitio ideal y tranquilo es único. No lo cambio por nada”. Lo mejor que tiene el Valle: “La gente sencilla, sana, que acoge al visitante con hospitalidad, aunque los medios no son muy elevados.” Como ventajas destaca la cercanía al Chorro, y la belleza de la sierra y de la ermita y otros lugares típicos. Le pido que defina el Valle con una palabra y se emociona: “Maravilloso”. Sin embargo, cree que queda mucho por hacer para convertirlo en un destino turístico de calidad: “Aunque los empresarios tenemos el apoyo de los vallesteros, los organismos públicos podrían incentivar más al turismo. Sólo tenemos gastos, trámites y papeleos, y ninguna ayuda. El Valle está un poco olvidado por todos. Tenemos que conseguir la carretera, y después, demostrar lo que valemos. Nuestro pueblo es un diamante en bruto que hay que pulir”.
He pasado la tarde paseando entre las calles, para bajar las tapas que he tomado departiendo amigablemente con Pepe Rabaneda. He olido las rosas de la Avenida, he tomado fotos de cada esquina, buscando su historia impresa en cada muro. He bebido agua en la fuente de la Plaza, he visitado los puestos del mercado, he leído la inscripción latina de La Peana. Y he subido al Gangarro, desde donde se ve el horizonte ancho y pálido y se siente el latido de la sierra, la roca a punto de desprenderse un día su gran corazón de piedra. La brisa es tan cálida, a pesar de que aún no es verano, el aroma del pino y de la lavanda me transportan a otro mundo. Suena una campana, en el pueblo. Atardece. Quiero quedarme a vivir aquí.
Al caer la tarde tapearé en el restaurante Vista a la Sierra. Filetillos con patatas, pinchitos, calamares plancha, calamares fritos, boquerones, champiñón, setas del terreno, todo de casa, como en casa. Mari, la propietaria, haciendo un alto en sus quehaceres en la cocina, me cuenta el celoso secreto de las  migas: “El pan se pone muy picadito, un poco de agua para remojar, después se echa aceite, se fríen los ajos, con un poquito de tocino o de chorizo, o de lomo. Después se va elaborando poquito a poco hasta que ese pan queda ya bien hecho. Luego se le ponen unos trozos de naranja encima, unas aceitunas, huevo, pimiento, y ya está”. Paco, el marido de Mari, me cuenta la historia del hostal: “Construimos el Vista a la Sierra en el 2002. La idea de construirlo  surgió cuando volvimos de Suiza y montamos un pub, lo que me permitió comprobar la demanda de hospedaje que había por aquel entonces en el Valle. Intentamos y creo que lo conseguimos, hacer un edificio adecuado a las necesidades del visitante. Cómodo, sin lujos, pero muy acogedor y atractivo”.  La estancia de Paco en Suiza le marcó profundamente y le hizo pensar en desarrollar una idea de negocio en su propio pueblo para ofrecer al extranjero el calor de un hogar a cientos o miles de kilómetros de su tierra: “A la hora de montar mi negocio, influyó el haber estado  fuera. Me traje de allí el proyecto hecho, no en papel pero si en la mente. Yo también había estado alojándome en hoteles, hostales, pensiones, y llegué a la conclusión de que el lujo solo servía para pagar. Hay sitios muy lujosos, pero totalmente impersonales. Quise adaptar mi hostal a aquello que yo había sentido en mi propia piel como más cómodo y más agradable. Tengo clientes de Norteamérica, Suecia, Grecia, Alemania, Suiza, Austria, Portugal. Todos ellos  se sienten muy bien acogidos, como en familia. Hace un año se quedó en nuestro hostal una señorita que  estaba haciendo unos planos de la ruta GR-7 para una agencia de viajes.  En el libro que luego escribió hablaba  maravillas del Vista a la Sierra. En otra ocasión un extranjero vino un domingo a una hora avanzada de la noche, y aunque estaba cerrado, abrimos el restaurante para él. Al día siguiente nos escribió una carta en la que decía que le gustaría poder tratar algún día a las personas con el calor y la amabilidad con que lo habíamos tratado nosotros”.  Paco, como el resto de entrevistados, está profundamente enamorado de Abdalajís: “Del Valle destacaría todo: la hospitalidad de la gente, su trato familiar con los visitantes, el  maravilloso entorno que nos rodea. Desde mi absoluto convencimiento, creo que vivimos en un paraíso natural”. Entre tapa y tapa, me explica su punto de vista sobre cómo se podría potenciar el turismo: “Tendríamos que conservar muchísimo los valores que tenemos. El Valle se ha caracterizado por ser un pueblo blanco. Estamos rompiendo con esa tradición y tendríamos que volver a tener ese pueblo blanco. En cuanto al entorno, tendríamos que conservarlo virgen pero obteniendo de él alguna utilidad, como por ejemplo habilitando los senderos que la maleza y los años han tapado. Podríamos utilizar esos caminos sin afectar absolutamente nada el entorno, y dejarlos tal como estaban antiguamente. Cuesta muy poco dinero y sólo hace falta un poquito de buena voluntad”. Esta buena voluntad es, para Paco, una empresa de muchos: “Hemos de librar una guerra constructiva. Si la palabra guerra es desagradable, hablemos de la palabra ilusión que es más bonita. Cada empresario debe esforzarse por mejorar su propio negocio. Luego, el ayuntamiento debe promocionar el pueblo y entre todos tenemos que ponernos a luchar por mejorar las infraestructuras”. La limpieza también es un tema importante: “Debemos cuidar nuestro pueblo, para que tengamos unas entradas bonitas. Los ciudadanos debemos concienciarnos de que no podemos romper ni ensuciar”. En su opinión, es un esfuerzo de todos:” No sólo somos treinta empresarios y el grupo municipal, sino más de tres mil habitantes, y tenemos que estar todos a una. Vamos a plantar para que nuestros hijos y nietos puedan algún dia coger el fruto”.  El patrimonio histórico también está entre sus preocupaciones: “Si se hubiera conservado un veinte o un diez por ciento de las monedas, figuras y demás riqueza que desde los años setenta se ha venido expoliando,  hoy  tendríamos un museo impresionante. También sería vital poner en valor las ruinas romanas de la villa de Nescania, y hacer un circuito de visitas del palacio del Conde de los Corbos, la posada, la iglesia o la residencia de ancianos. Todo ello unido a una Oficina de Turismo que funcionara realmente”. Cuando le pido que me defina en pocas palabras la relación que tiene con el Valle, me dice: “Para mí el Valle de Abdalajis es algo tan bonito que es muy difícil de describirlo con palabras. Es uno de los pueblos más maravillosos de la zona, porque es muy acogedor, y tiene por habitantes a personas sencillas, humildes y sanas”.
No me quiero marchar, pero se acaba mi tiempo en el pueblo dormido bajo el coloso de roca. Anochece en el aterrizaje de Levante, donde sobrevuelan, ya a punto de plegar sus alas, los parapentes y las alas delta que han hecho mundialmente famoso este paraje serrano. Recuerdo mi infancia aquí, mis primeros amigos, mis primeros amores. El cielo es tan diáfano, las nubes coronan su horizonte como un mar de plata. Y siento la nostalgia de aquellos tiempos míticos de la niñez. Más arriba, la que fue mi casa, más abajo, una extensión de olivos grisáceos, impresión de paisaje de mis primeros días de vida. No, no me quiero marchar. Todavía.
Me regalaré a mi misma una cena de despedida por todo lo alto, para compensar los sinsabores del regreso a la ciudad sin ley. He detenido mi viejo Corsa frente al manantial, he bebido de sus aguas, y como si surgieran del legendario Ameletes, se han borrado mis penas. Saciada y exhausta, encamino mis pasos hacia el restaurante de los Atanores, deudor, en su nombre, del nombre del manantial. Francisco José Rosa me explica el origen de este lugar singular: “El restaurante era de mis padres. Ellos siempre han trabajado en el campo, en la huerta, y como estaban bien situados en la carretera les surgió la idea de hacer una venta. En un principio era un pequeño bar de tapas y a partir de ahí fue creciendo hasta convertirse en el restaurante que es ahora”. Un lugar emblemático donde se han celebrado cientos de bodas , bautizos y comuniones, con un salón preparado para atender a más de seiscientos invitados y un personal servicial y atento siempre a las necesidades del cliente. Cree Francisco que la cultura de la tapa se está perdiendo: “Había una cultura de la tapa, que consistía en beber dos o tres cervezas y comer dos o tres tapas y estar dos horas charlando, pero esa costumbre está desapareciendo. La gente cada vez sale menos. Y los jóvenes prefieren el botellón y los restaurantes de comida rápida. Los restauradores deben intentar mejorar la calidad y la oferta para contrarrestar esta tendencia”. Y calidad es lo que ofrece Los Atanores, conocido por las bondades de su cocina tradicional: “Nuestros platos típicos dependen de la temporada. Tenemos en nuestra carta migas, cocido de tagarninas, chivo, carnes a la plancha o a la brasa, algo de caza o carnes. Nuestro plato estrella es una ensalada con queso de cabra y frutos secos, y luego lomo de venado que servimos con una salsa de arándanos. El plato fuerte del invierno son  las migas. Los clientes vienen los fines de semana sobre todo buscando las migas, pero también el chivo y comida más tradicional, por ejemplo las pelonas de lomo”. Sin embargo, Francisco reconoce que los nuevos tiempos imponen cambios: “El empresario tiene que reciclarse. Hay que estar al día, aunque aquí lo que se ofrezca sean comidas de hace 50 años. Es la gente joven la que marca la tendencia, porque los más mayores suelen buscar los platos de toda la vida”.
Satisfechas mi morriña, mi curiosidad y mi hambre, monto en el coche viejo que me devolverá a la ingrata ciudad. Atrás queda mi pueblo, lejos, cada vez más lejos, empequeñeciendo, blanco y quieto. Me doy cuenta de cuánto lo quiero mientras lo dejo, de cuánto se queda en el camino que recorrieron, niños, mis pies descalzos. Ahíta de paisaje, de campo y espiga, hasta que vuelva llevaré conmigo en la mochila, como el gran  Labordeta, mi corazón, y su alimento.

Carta de tapas del Rincón del Tapeíto

Hotel El Refugio de Alamut

Desayuno típicamente vallestero de El Refugio de Alamut

Acogedor interior del Refugio de Alamut

Para contar historias al calor del fuego


Tapeo en el restaurante del Hostal Vista a la Sierra



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