martes, 30 de agosto de 2011

ALGODONALES, PARADA Y FONDA Crónicas del Campeonato Andaluz de parapente



Por Paqui Castillo Martín
Algodonales, Cádiz, 15 y 16 de mayo de 2010. Unas fechas emblemáticas para los amantes del parapente. Un lugar mágico, lleno de la luz de Andalucía, recogido entre montañas, apenas una mancha de blancor en medio de un paisaje de caliza y colinas suaves de encina y olivo. Entre el pueblo y el despegue, unos kilómetros de verde tapiz sin pausas a excepción de la pedanía de La Muela. La carretera del ascenso es sinuosa, como una culebra de piedra, y las panorámicas, esplendorosas, magnéticas, imposibles de abarcar para quien no las tenga a vista de pájaro…
 Aquí, entre la roca escarpada y un pequeño tajo que se precipita sobre una llanura mansa, como sacada de un cuento de Juan Rulfo, ha tenido lugar el campeonato de Andalucía de Parapente, organizado por el joven club Zero Gravity, que sin contar aún con un año de vida carga con la responsabilidad de una prueba que, hoy por hoy, es más importante que nunca. Así nos lo explica Javi García, uno de los instructores de la escuela: “el campeonato tiene mucha más relevancia este año, pues hasta ahora había sido una prueba entre amigos  integrada en pruebas de la liga nacional. Pero desde 2009 hay un grupo de trabajo que le está dando un gran empuje a la liga y ha dado bastante más importancia al campeonato”, nos comenta.
 Javi es uno de los integrantes de este equipo, y junto a José Ramón Pérez forma un sólido tándem que ha hecho de Zero Gravity una escuela de altos vuelos, enclavada en el mismo corazón de la sierra de Cádiz. ¿Qué tiene la escarpada silueta de Líjar que tanto atrae a los apasionados del vuelo libre? Nos entrevistamos con la ex campeona de España de Parapente, Beatriz García, madrileña de nacimiento, pero muy vinculada a Zero Gravity y a Algodonales: “mi experiencia en Algodonales es fantástica. Es un pueblo pequeño, muy tranquilo, y  tenemos la montaña muy cerca y muy accesible. Los vecinos son muy acogedores, hace muy buen tiempo y si te gustan el vuelo, la montaña y los deportes, es el lugar ideal”.
Sábado. Amanece gris. Ironías de la meteo en un pueblo con más de doscientos días de sol al año. La montaña se despierta orlada por bandas de nubes negras que amenazan, inclementes, lluvia sin tregua. Sopla viento fuerte y hace frío de invierno. Los pilotos se concentran ante las puertas del Zero Gravity, mirando al cielo, recelosos. Pero Javi y José Ramón confían en que se sacará adelante la manga, y no dan abasto preparando las inscripciones de última hora. Junto a las furgos de remonte nos encontramos a Mario Prados, viejo conocido en estos lares, que nos cuenta sus impresiones sobre una prueba que aún nadie sabe si se va a poder disputar: “hoy tenemos la meteorología en contra, por la nubosidad, aunque esperamos que baje entre las  una y las dos de la tarde, y por el viento, que lo tenemos de noroeste y está algo fuerte”, dice, confirmando nuestras sospechas de que hoy habrá que pelearse duro con el tiempo.
A pie de inscripción nos encontramos a los ángeles de la guarda del Campeonato, dos miembros de la Guardia Civil de montaña, un cuerpo de élite especializado en rescates complicados. ¿Qué hacen aquí? Ser la sombra móvil de los pilotos, ir tras ellos, pegados a las faldas de sus furgos vigilando cada movimiento para hacerlo más seguro. Se llaman Nicolás Rando y José Luis Verdesoto. Dejemos que nos cuenten ellos mismos cómo se lleva a cabo su labor de precisión: “trabajamos en Sevilla, Málaga y Cádiz. Intervenimos en salvamento en todo tipo de deportes de riesgo, como escalada, montañismo y vuelo libre, en patrullas de dos. Somos un equipo móvil totalmente dependiente de los deportistas, a los que seguimos de muy cerca”, aclara Nicolás.
Después del primer briefing cortesía de José Ramón, montamos en los coches de remonte y disfrutamos del placer de entablar amistad con gentes adorables que hasta hacía cinco minutos eran completos desconocidos. Jose, madrileño, es alumno de Zero Gravity, y ha venido para disfrutar del campeonato en tierra, porque aún tiene poca experiencia y prefiere esperar un poco a poder emprender el vuelo. De su mano llegamos al despegue, después de un viaje algo largo pero delicioso a través de un camino encantado que atraviesa un bosque de encinas y monte bajo. Allí nos espera Miguel Velasco, haciendo un alto en sus labores de  espléndida colaboración con la organización del campeonato. Miguel, del Club Sevilla de Parapente, es el patriarca de una familia de amantes del vuelo libre, que incluye a su mujer Emilia, y a su hija Azahara, dos campeonas dentro y fuera de los circuitos de aire, pioneras del vuelo libre femenino: “somos una de las pocas familias que vuela en España. Yo he tenido la fortuna de que empecé el deporte al principio, y fui animando a mi mujer, de una forma más tranquila al principio, y ahora está también compitiendo, tanto en la liga como en el campeonato. Y Azahara, que siempre quiso volar desde muy joven, lo ha empezado a hacer ya. Yo animo a todas las familias a que vuelen, pues es un deporte muy sano, con muy buen ambiente, una verdadera maravilla”, recalca.
Es la hora del bocadillo y las rachas de viento son cada vez más fuertes. Las primeras velas se abren, se hinchan y son arrastradas hacia atrás. Las térmicas son inestables, porque el sol apenas calienta. Cruzamos los dedos invocando la misericordia de Eolo olímpico. ¿Escuchará el altivo dios nuestras plegarias?
A medida que transcurre la tarde, el viento amaina y comienzan a formarse, tímidamente, las térmicas. Parece que Eolo se ha dignado a escuchar nuestras súplicas. Las nubes se deshacen como copos de algodón en rama, y cada vez son más altas, más lejanas. Los pilotos se enfundan sus trajes, hinchan sus velas y se deslizan suavemente por la pendiente de la ladera en dirección al paisaje flotante de color verdecastaño. Nuestros ojos, que nunca han volado libre, les acompañan lentamente desde tierra, con la envidia que el bípedo implume siente hacia el ave del paraíso.
Con parsimonia el cielo se abre, azul y límpido, sobre el valle gaditano. Los parapentes se elevan, juegan con las corrientes, se dejan llevar por suaves oleadas de aire en movimiento, describen bellos círculos concéntricos de elegante quietud. El espectáculo está servido. El mirador se llena de curiosos tomando fotografías y vídeos de los hombres y mujeres pájaro que se encuentran, ya por fin, en su medio natural.
46 pilotos disputan la prueba. Con un recorrido total de 41,7 kilómetros, el startpoint se encuentra al final de la ladera norte, y desde allí se va abriendo hacia el valle, donde los más rezagados pinchan. La primara baliza está en el castillo de Olvera. Los pilotos se van agrupando desde el comienzo de la prueba para respaldarse unos a otros y no quedar aislados en el llano. En cabeza, los hermanos Reina y Ramón Morillas, y a continuación el resto. Tras balizar en Olvera, da comienzo a la última parte del recorrido, 25 kilómetros trepidantes hasta el aeródromo de Ronda, en los que los pilotos se dispersan para facilitar la entrada en ascendencia y evitar el temido pinchazo de última hora, lo que no impide que muchos de ellos acaben la carrera en el último valle antes de Ronda, a las puertas del ansiado gol.
El primero en llegar es José Manuel Reina, con su hermano Fran pisándole los talones, a sólo siete segundos. A continuación, Ramón Morillas se asegura el tercer puesto en podio. En cuarto lugar y primero en clase Serial y clase Sport está Miguel Ángel Ruiz; segundo y tercero de la clase Sport son Luis Castellanos y José Ignacio Robledo. En clase Club, se colocan en cabeza José Ignacio Robledo, Samuel Aguilera y Daniel Blanco. En categoría femenina, la victoria es para Sofía Rebollo, y por clubes, se alza con el primer puesto el Club Sur de Deportes Aéreos. Enhorabuena, chicos.
Haciendo una valoración global de la prueba, Javi García nos comenta: “estamos muy contentos porque la prueba ha salido muy bien. Nos alegra particularmente el hecho de que hubo mucha gente en gol. De los 46 pilotos inscritos, han llegado diecisiete, y lo interesante es que son deportistas de todos los niveles, no sólo velas de alto nivel, sino también de niveles 1-2 y 2, con velas intermedias o básicas. En resumen, muy buenas sensaciones y muy buen vuelo para todo el mundo”, dice.
A la vuelta a Algodonales bajamos en la furgo de Ruth, una joven de Calahonda que nos cuenta su historia de amor con el parapente: “hice el curso en 2000. La escuela estaba en Benalmádena. En esa época no tenía coche y dependía de otras personas, y estuve  muchos meses  yendo al campo, esperando que la manga se pusiera bien para volar. Al final planeé dos veces en Casarabonela, pero la meteorología seguía sin ser favorable, y ante todas esas dificultades abandoné el deporte. Pero años más tarde, en 2007, empecé otra vez, en Algodonales”. Aún recuerda lo que sintió la primera vez que se lanzó al vacío, pero no lo puede describir con palabras: “cuando aterrizas, experimentas una sensación de alegría, de euforia, de ponerte a gritar. Si llevas deseando hacerlo mucho tiempo, sientes una recompensa y un bienestar increíbles”.
Ruth viene con su novio Miguel, que participa en el campeonato. La acompañamos hasta el lugar donde ha pinchado para recogerlo, y en el camino nos encontramos con Emilia, y algo más adelante con su hija Azahara. También se nos une Rubén, uno de los responsables del club de El Yelmo, que ha pinchado cerca de la Muela. La furgo, que lleva en la parte trasera la enorme pizarra que usa José Ramón para marcar los hitos de la prueba, ocupa mucho espacio y todos vamos cada vez más apretujados. Ya de camino a Algodonales, con Miguel sano y salvo conduciendo la furgo –más parecida al camarote de los hermanos Marx que a un vehículo de tracción a las cuatro ruedas- nos encontramos con una caravana que hace su particular peregrinaje al camino del Rocío. Y es que se respira  la fiesta, en el aire.
Fiesta…una de las palabras más castizas del vocabulario hispánico y quizá la más hermosa. Después de pasear por las avenidas populosas, pulso de la vida de este pueblo de sierra, nos sentamos en sus terrazas y degustamos sus platos típicos. En cada casa, en cada comercio, nos espera una sonrisa del que sabe que al turista le gusta encontrarse entre los suyos, aunque verdaderamente Algodonales es…otro mundo. Otro mundo recóndito y perdido, refugio donde los hombres y mujeres pájaro han hecho su nido o vuelven cada año en la estación de las migraciones. La simbiosis entre humanos voladores y habitantes del lugar es cuasi perfecta. ¿Por qué será? Mejor  preguntarle a Gerardo Ganter, un alemán enamorado del Sur desde hace media vida: “llevo viviendo en Algodonales veintisiete años. Andalucía en general es un lugar maravilloso, el clima es fantástico, comparado con el resto de Europa. Hace casi treinta años que practico el vuelo libre. En España es muchísimo mejor volar que en mi país, ya que en invierno lo hacemos más frecuentemente que en Alemania”, dice.
Tras nuestro divagar por los rincones típicos de la villa blanca en las faldas de Líjar, regresamos al albergue “Al qutum”, cuyo nombre nos revela en su etimología el pasado árabe aún presente en el trazado de sus quebradas calles, en la huella que sus casas bajas conservan del perfume a nardo y clavo de las antiguas juderías y zocos moriscos. Las paredes silenciosas rezuman historia…
En la entreplanta del Al Qutum hacemos nuevos amigos. Nos disfrazamos con los restos del festín del último carnaval algodonero, nos tomamos fotos, reímos y gastamos bromas. Perdemos el sentido del ridículo y somos más nosotros mismos. Al fin de cuentas, estamos en Algodonales, y Algodonales, lo sabemos ya, es…otro mundo.
Entre el Al Qutum y el restaurante El Arenal hay un kilómetro escaso. Merece la pena recorrer el trayecto a pie, porque el sendero está flanqueado por frondosos árboles y el aire serrano es tan puro que podría beberse en copa. Pero es de noche, y nuestros compañeros de parada y fonda se ofrecen galantes a llevarnos en coche hasta el lugar donde nos esperan el bullicio y la algarabía que trae consigo la palabra fiesta.
Nos sentamos frente a frente de un trío singular: Andrés, Silverio y Alain. El cómo personas tan distintas como ellos pueden congeniar tan bien es un misterio que tratamos de resolver indagando un poco en sus vidas. Mientras Silver paga la ronda de Rioja –brindis a la amistad en tierra que compensa su pinchazo en altura- Andrés nos habla, cual si leyera en voz alta un relato de Las mil y una noches, de los países que ha visitado, de los desiertos que ha recorrido, de las gentes variopintas que ha conocido y de las que ha aprendido tanto. Nos cuenta que la vela, a medida que alcanza techo, permite ver un paisaje único, que al mismo tiempo se va empequeñeciendo y agrandando ante la mirada del hombre pájaro: “es otra dimensión, la tercera, la que no puedes de ningún modo lograr en superficie. El espacio ante ti es inabarcable si hace un día claro, y puedes apreciar de un modo especial cómo se va comprimiendo y reduciendo para pasar a formar parte de un espacio mucho mayor, casi infinito”.
En el salón del Arenal somos ya todos viejos amigos, aunque a muchos de los comensales acabamos de conocerlos hace cinco minutos. Quizás son los efluvios del vino, pero parece que llevamos años compartiendo mesa y mantel con estas gentes hospitalarias, que nos han abierto las puertas de su casa y de su corazón. Cansados, nos retiramos a las habitaciones del Al Qutum sin pasar por la barra del bar para tomar la última a la salud de Silver, pero esperando que el resto del personal sepa sacar provecho al diccionario y beberse hasta la última gota de la palabra fiesta.
Desde el mirador del albergue se contempla el universo entero. El pueblo es fondo, sombra. Y nos entran unas ganas terribles de volar…
El viajero está soñando que vuela sobre un campo de trigo, una extensión parda, deleitosa, visión apenas entrevista del anhelo inconsciente. A las ocho de la mañana, los trinos de los gorriones y las golondrinas son el despertador más dulce que se pueda imaginar. El domingo amanece como una balsa de aceite. Desayuno en el albergue, tomando el pan agradecido de la tierra casi virgen, intercambiando impresiones con los compañeros resacosos que prolongaron la noche anterior hasta la madrugada. Un paseo al Arenal para bajar los humos del sueño y comenzar a pensar en la última manga. Eolo se ha ido con el viento a otra parte, y en su lugar ha dejado un potente anticiclón que ha barrido hasta los últimos restos de las nubes medias y altas. Hoy puede pasar cualquier cosa.
Remontamos. Intentamos grabar en nuestras retinas la impresión del último ascenso. Hoy vamos con pilotos tarifeños y argentinos. Conduce la furgo un matrimonio inglés para el que chapurreamos un sonoro “thank you” al llegar al despegue. Nos vamos agrupando ante el lugar donde José Ramón está preparado para dar el briefing. El problema de hoy es justo el contrario al del sábado, el aire no se mueve, aunque se espera que sobre las tres de la tarde comience a soplar con algo de fuerza, por lo que la organización declina lanzar la manga en otra parte. Nos quedamos en Poniente. Y cruzamos los dedos.
Queremos charlar con Azahara, estudiante de primero de Física y una de las pilotos más jóvenes y prometedoras del campeonato. Es de hablar sosegado, mirada calma, inteligente y noble. Y es que, después de haber preguntado a diestro y siniestro qué se siente cuando se vuela, para poder a nuestra vez sentirlo aunque sea por experiencia vicaria, nadie como ella nos lo define tan sencillo y contundente. Es una delicia escucharla: “se disfruta de una sensación de completa libertad. De repente te liberas y sientes ese toque de adrenalina. Entonces eres como un pájaro, al tener la libertad de moverte por la masa de aire como un animal, aunque éstos tienen mucha más sensibilidad para percibir los cambios a su alrededor. Sabes que puedes desplazarte de un lado a otro sin ataduras. Y te sientes vivo”. ¿Son necesarias más palabras?
Aprovechamos que los deportistas aún no salen –la meteo se burla de las previsiones, y el viento, perezoso, no quiere levantarse de su lecho- para entrevistar a la flor y nata de los deportes aéreos, los hermanos Reina Lagos. Fran, el más pequeño, apenas tiene veinte años, pero posee un palmarés tan extenso que pronto va a tener que mudarse a una casa más grande para que le quepan los trofeos. Y es que ha tenido un excelente profesor, su alter ego, José Manuel: “desde pequeño he vivido el vuelo, acompañando a mi hermano, que fue quien me enseñó todo lo que sé. Como instructor es muy estricto y exigente, lo que  hace que sea tan buen  maestro”. Sobre sus perspectivas de futuro, aún no tiene claro si quiere dedicarse profesionalmente a la competición. Acaba de terminar el Bachillerato, y tiene abiertas las puertas de todas las universidades por su condición de deportista de élite, aunque prefiere tomarse un tiempo para pensarlo bien antes de decidir. A buen seguro que destacará en aquello que haga, porque  tiene voluntad de hierro y madera de campeón.
Una de la tarde y solano duro azotando la loma de Poniente. La meteo sigue preocupando, porque el viento aún no despierta. Dicen los expertos que está llegando, aunque bajo mínimos, del Este, y que a medida que el sol se mueva se va a colocar de Poniente, permitiendo el despegue con viento de Levante en altura. Preguntamos a Javi García en qué va a consistir la prueba de hoy: “lo más seguro es que la pongamos en dirección a El Bosque, Prado de El Rey o Bornos. Si no hay mucho viento, se puede poner una prueba de triángulo. Suele ser un tipo de prueba muy complicada, porque siempre incluye un tramo en el que el viento viene de cara, que las velas de alta gama pueden afrontar mejor que las más flojitas”, explica.
Pero pasan las horas y las previsiones no se cumplen. Eolo, huidizo, se burla de nosotros. El dios del viento, haragán, no quiere salir de su escondite en las alturas. A veces, por divertirse, permite que se formen pequeñas térmicas como bucles diminutos, que desaparecen tan pronto como han llegado. El comité no desiste, ni tampoco los pilotos, que comienzan a vestir sus trajes y a desplegar las velas. Pero el cielo es un espejo de calma y la mayoría no tarda en arriarlas y levantar la bandera blanca de la rendición. Aún así, se fijan las cinco de la tarde como deadline para emprender el vuelo. La expectación es máxima. Familiares y acompañantes se congregan bajo las encinas, huyendo de los ataques impetuosos del astro rey. Todavía hay esperanza, aunque se difumina lentamente a medida que pasan los minutos y llega la hora marcada para la salida. No hay una sola vela en el cielo. El NOAA y sus afanes de ciencia inexacta nos han dejado con la miel colgando en la comisura de los labios y la decepción pintada en el rostro. Claudicamos.
 La última bajada a Algodonales. Una despedida silenciosa, prometiendo un “hasta luego” que sólo escuchan los elfos y los duendes que habitan el bosque gaditano. El viajero siente un extraño dolor en el pecho que algunos poetas llaman añoranza, porque antes de irse ya está echando de menos los momentos vividos. Experiencias únicas, como escuchar cantar a Ramón Morillas la noche de la llegada, en el pub del centro del pueblo donde se junta la peña del vuelo, la banda sonora del Bagdad Café. O el atardecer algodonero, entre pinsapos y claveles, genuina esencia del ser andaluz y serrano, auténtico privilegio que compartimos los que somos o nos sentimos del Sur. Y mientras, ya en el coche, contemplamos la puesta del sol desde la carretera, nos viene como una ráfaga la dulce melodía de un recuerdo imposible de borrar:
I am calling you
Can't you hear me
I am calling you.
Hot dry wind blows right through me…
Padre nuestro, Eolo, que estás en los cielos, venga a nosotros tu reino.

FIN

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