sábado, 3 de septiembre de 2011

DIENTE DE LEÓN



Nuestro protagonista imaginado por Benjamín Solís García

Érase un diente de león que quiso ser hombre. Encaramado a su mata, se sentía pequeño, solo, olvidado y triste. Jamás hablaba con sus hermanos, quienes agitando sus blancas melenas en balde le llamaban para que se uniese al grupo.
Sí, era un diente de león orgulloso.
Sólo conocía el rincón del jardín que era su único mundo, y ya deseaba salir de él y explorar otros horizontes posibles. Por las mañanas, amaba los rayos del sol posándose sobre su cabeza, y creía sentir que el amable astro trenzaba en torno a ella una corona de rancio abolengo. Llegó el verano, y sus rubios hermanos se diseminaron en torno a la baranda del patio, desparramando por el muro sus hermosas flores. En vano reclamaban a aquel pariente extraño, pues, perdido en sus sueños de grandeza, todavía se empeñaba en querer ser hombre. Vino el viento; las flores de diente de león tuvieron hijos, y sus hijos nietos. El soñador solitario no tuvo vástagos, aunque llegó a viejo. Su cabello, ahora ralo y lacio, se agitaba frenético bajo las ráfagas del inclemente invierno. El diente de león se resistía a morir todavía; soñaba a todas horas con ser hombre. Un día, mientras conversaba con el sol, ya antiguo amigo, oyó a la cálida savia palpitar en su cuerpo. Se sintió fuerte, enraizado, unido a su mata en apretado racimo de vegetación que crecía al unísono. Fundióse con el cosmos como parte única y maravillosa de la Creación que se nutría del suelo y el aire para dar vida a una minúscula parte del Ser Universal que todo lo contenía…De pronto, aborreció con todas sus fuerzas la idea de ser hombre y, por un segundo, fue feliz en su traje de diente de león viejo…
El niño arrancó de la mata la rara hierba con aspecto de felino diminuto. Cuando llegó hasta su padre, que podaba trabajosamente el césped con unas grandes tijeras, todavía la sostenía en la palma de su mano.
-¿Qué es esto, papá?- preguntó.
-Es un viejo diente de león- contestó el hombre, con hosquedad.- No sirve para nada, tíralo a la basura.
Y, mientras obedecía, de la recia cabecita de la planta se desprendieron, volátiles, unos cuantos mechones blanquecinos que se elevaron en el cielo, magníficos, buscando tras el sol del ocaso, oculto por unas nubes en Poniente, la llamada de lo eterno.

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