sábado, 27 de agosto de 2011

EL REINO DE OMAR

Un reportaje de Paqui Castillo Martín




Montado en mi caballo,
recorro con la vista los parajes envueltos
 en el verde esperanza y el taffonni melancólico.
He vuelto de nuevo a la vida,
caudillo de la España sumergida.
Omar me susurra en el silencio, contándome su leyenda, grabada a fuego en estas piedras. He venido en mi viejo Corsa, su motor renqueante aprendiendo de memoria el camino que otrora recorrió Ibn Hafsún. Salí, como él, desde Abdalajís, buscando la frescura del río entre desfiladeros. Pienso en Omar mientras mis ojos se posan en el paisaje, la caliza saliendo al encuentro, como una cautiva mora, del visitante, y me convierto, por un momento, en el olvidado rey de un olvidado reino.
De madrugada,
con la briosa montura preparada,
 salgo a cabalgar desde el Valle,
 por el camino de El Chorro.
Y me detengo, cansada en el alma, en un lugar al que llaman Rocabella. En tiempos de Omar hubo aquí una atalaya; el territorio de taifas lo compartían hermanos de lengua romance que sólo se entendían cuando hablaban en el idioma de la guerra. Algarabía.
Este fue mi reino, del Norte al Mediodía.
Roquedo y cumbre, sol y pinar: el reino de Omar.
Hoy, Rocabella se alza como un pequeño pueblo hortelano, sus diez casitas blancas desparramadas por la loma de tomillar y romero, dando la bienvenida al visitante su perfume de sotobosque mediterráneo. Desde el aparcamiento camino unos pasos; mis labios quieren refrescarse, beber en el remanso de los siglos, en el trabajar de estas gentes que no han querido irse de su tierra. Y me encuentro de bruces con un balcón con vistas a la Andalucía profunda. Lo convierto en mi rincón favorito para el retiro, alimento del espíritu, guerrero inquieto que vuelve a su hogar para el reposo.
Aquí nació mi leyenda, entre peñascos,
arrecifes blancos de rosales coralinos,
águila y nube, escudo y peregrino.
Aquí el misterio de la roca
engendró el monasterio
de Bobastro.
En la tierra, la ermita,
y en el cielo los astros…
Carlos Gómez es una persona curiosa, inquisitiva. Un gran imaginador que en el sustrato de la arcilla roja de su suelo patrio ha levantado –esfuerzo compartido con su hermano mayor, Rafa- una finca de casas rurales que es hoy día la joya de Las Angosturas. Rocabella es el final de un largo camino de tesón y firme lucha, un sueño cumplido. Quién diría, a la vista de esta inmaculada colina, jalonada por un rosario de casitas y coronada por una curiosa vivienda de forma cilíndrica –inspirada en la vieja torre almenara cercana, ya derruida- que Rocabella no ha estado ahí desde el principio de los tiempos. “Elegí este lugar para levantar Rocabella primero porque era propiedad de mi familia, y segundo porque era el sitio ideal para crear un producto de turismo rural de calidad”, afirma, enérgico, Carlos. Un lugar privilegiado, dada su cercanía al paraje natural del Desfiladero de los Gaitanes, a Valle de Abdalajís con sus despegues de parapente y ala delta  y a los embalses. “Paisajísticamente es una zona espectacular, a la que se está dotando de rutas de senderismo, escalada y otras actividades recreativas”. Se trata, además, de un enclave estratégico: “La cercanía al aeropuerto de Málaga y la  relativa proximidad a las capitales de provincia como Córdoba o Sevilla convierten el área en un punto de partida para recorrer la Andalucía interior, que se ha convertido en un destino muy popular entre los turistas extranjeros”, concluye Carlos.
Porque el turismo de playas ha dado paso a otro tipo de turismo imbricado con el paisaje: “Es una alternativa mucho más rica que la que ofrece el típico hotel en la costa. Se ha disfrutado durante décadas de esa opción, pero los turistas, a los que les sigue encantando Andalucía, se han dado cuenta de que hay mucho más por descubrir. Por otro lado, ambas alternativas se pueden combinar”, opina Carlos. La oferta de turismo de interior es cada vez más amplia y variada, y se basa en estándares de calidad: “el turismo de costa contaba con una primera infraestructura que en los años sesenta respondió a la demanda mundial de ocio y tiempo libre. Con el tiempo, este proceso ha madurado y también la imagen que se tiene de España en el exterior. Y con ellos, también el turista ha cambiado; es más consciente de nuestra realidad, y a veces un conocedor profundo de nuestra cultura”, arguye. Ése es el perfil de los turistas que buscan hospedaje en Finca Rocabella: “trabajamos mucho con un tipo de turista individual que quiere disfrutar de una experiencia única en un destino de referencia, en plena naturaleza, lejos de viajes masificados y  paquetes turísticos”. Porque el turista de hoy día tiene muy claro lo que quiere: “ante todo lo que busca es tranquilidad y el trato directo y amable que caracteriza a los habitantes de la zona. Él mismo hace sus vacaciones como quiere. En la casa dispone de cocina y puede comprar productos de la tierra y prepararlos a su gusto”, comenta. Este nuevo turismo, respetuoso con el medio y con los valores campesinos, se debe, según Carlos, a los ritmos de cambio impuestos por la sociedad contemporánea: “hay toda una filosofía en el modo de ser campesino, una cultura, una sabiduría, unas formas de relacionarse con el entorno, que están casi extinguidas, y que son tan preciosas precisamente por ser tan escasas. Mi hermano y yo somos de la tierra, y les trasmitimos a los turistas esos valores cuando charlamos con ellos largo y tendido y les contamos anécdotas e historias del lugar. No cabe duda de que esta cercanía con el cliente y este conocimiento del entorno confiere un valor añadido al turismo de interior”, subraya.
Carlos preside Céndalus, una asociación turística recién nacida que pretende impulsar, entre otros fines, el acervo cultural y etnográfico de los pueblos del interior- centro de Andalucía: “este paisaje no es sólo un decorado, sino la tierra que ha dado lugar a una cultura y a una gente. Europa, tan avanzada, tan moderna y tan tecnificada, guarda bajo esa capa de civilización a otra Europa más rural, más antigua, que poco a poco se está perdiendo y que llama poderosamente la atención del turista que tiene la suerte de entrar en contacto con ella. Tenemos que recuperarla para que no se olvide”.
Mientras hablo con Carlos, desde la terraza me llegan los sonidos de los tractores en el campo, y oigo a los insectos libando el néctar en las flores de los parterres. En cada detalle que miro está la mano creadora de sus artífices. Carlos ha ideado el proyecto general del restaurante y de las casas, aprovechando los materiales del terreno, desde la cuerda de pita hasta la madera o la piedra sin pulir, con la que ha hecho construir muros ciclópeos sin más argamasa que el aire. Volveré, me dije, a escribir el reportaje que me ha traído hasta aquí. Me sentaré bajo el sol en la mesa y dejaré que los efluvios que llegan hasta la terraza despierten los sentidos a mis musas. Nos levantamos y  me enseña las cinco casas que regenta. Cada una es un refugio privado, con su piscina, su porche y sus ventanas rústicas dando al mundo que atardece sobre los campos. Perfectamente equipadas, confortables, coquetas. Una de ellas me espera al día siguiente para beberme la noche frente a la chimenea. Observo, atónita, a la naturaleza en su ciclo eterno de nacimiento y muerte, de muerte y resurrección: el nido de la golondrina, como un blasón de armas, bajo el alero, la telaraña con su perfecta red geométrica, canto de amor a la hermosura de lo pequeño, las margaritas en los parterres, la higuera prometiendo gozos y sombras, el extraño vilano que pronto echará a  volar al viento sus semillas.
En la alquería paré
cuando obscurecía.
Manos generosas acogiéronme.
Nadie me conocía
y sin embargo
con vino y pasteles venían
y grandes fiestas
en la comarca me hacían.
Lloraba de los mis ojos.
Mi reino sus puertas me abría.
Omar, si como yo pudieses quedarte esta noche en esta casa que me recuerda tanto a ti, que me recuerda que soy algo tuyo. Te llevo conmigo mientras siento a la oscuridad aposentarse en mi pecho. Toco la madera noble de la baranda como un ciego en busca de su lazarillo, dejándome guiar por el contacto de mis manos contra la superficie áspera. Parece que gravito como una isla planetaria en un cosmos desierto de neones y humo de fábricas. Lejos queda la jungla de cristal y asfalto, como un mal sueño, lejos.
A la amanecida
mi montura guarecida.
Saldré por el desfiladero
mi reino, el mundo entero.
Enfilo con mi Corsa, fiel cabalgadura, por la carretera hacia El Chorro, contando los pasos de Omar. Late en mí, como una presencia benigna, su fuerza en oleadas. Me sumerjo en las rocas que sobresalen en el camino, como tejados trogloditas de alguna recóndita cueva. Es un paisaje primitivo, de cuando aún no éramos más que un sueño. Valses de océanos y ritmos de olas lamieron hondonadas de piedra sílice y horadaron la caliza de la sierra de Huma con secretos pasadizos de agua.
Ahora toca parada y fonda en el Complejo Turístico La Garganta. Es un hotel con el encanto de una postal en sepia. El marco no puede ser más nostálgico: una vieja fábrica de harina reconvertida en uno de los mejores establecimientos de la zona: moderno, lujoso, rodeado de unas vistas panorámicas sobre el pantano y el desfiladero que son de por sí potente reclamo para el turista: “la ubicación de La Garganta se debe a la cercanía a la vía de tren, que se usaba para transportar mercancías. Una vez que dejó de ser fábrica de harina, durante las obras de la central eléctrica, se convirtió en alojamiento para los trabajadores de la central. Una vez que la obra terminó, mis padres la compraron, y poco a poco se fue adaptando y convirtiendo en lo que es hoy día”, explica Fernando García, gerente y propietario del complejo.
En sus cuarenta años de vida, La Garganta ha sufrido una mutación importante, desde una casita rural que acogía a grandes familias hasta un establecimiento hotelero preparado para recibir al turismo que acude a la zona y que demanda servicios varios, desde el deporte de aventura hasta los negocios, pasando por las escapadas románticas.
La ubicación de La Garganta, en la bajada hacia el desfiladero, entre tajos y embalses de agua diamantina, es su principal atractivo: “La Garganta en cualquier otro sitio podría ofrecer a sus clientes el trato familiar, pero nunca podría ofrecer el estar junto al Desfiladero de los Gaitanes y el Caminito del Rey. Se encuentra justo en el corazón de la principal zona de escalada de Europa. Ésa es nuestra principal riqueza: la diversidad de opciones relacionadas con la naturaleza que se encuentran en la zona, junto con la tranquilidad que se respira en El Chorro”, reconoce Fernando.
La Garganta ofrece actividades de turismo activo por medio de empresas especializadas en el deporte de aventura. Además de estas experiencias guiadas, son cientos los aventureros que mochila en ristre se internan por la carretera de montaña que une Abdalajís con Álora a través de Las Angosturas-El Chorro. La Transandalus, ruta de largo recorrido (más de 2.000 kilómetros sobre ruedas a lo largo de toda Andalucía) tiene una etapa que pasa por El Chorro desde Ardales, cubriendo el trazado de la ruta del Legado Andalusí, y La Garganta es punto de corte del tramo 05 Ardales-El Chorro. “Además, estamos teniendo bastantes clientes tanto de escalada como de parapente, que aprovechan los meses de invierno para venir al Sur de España, donde gozan de un clima suave idóneo para la práctica de estos deportes”, señala Fernando.
Bastión de la Ruta Histórica de los Almohades, El Chorro suma a sus atractivos paisajísticos el plus de la historia: “el patrimonio histórico, por muy pequeño que sea, puede ser un potencial muy grande a la hora de promocionar turísticamente una zona. Si creamos una ruta que incluya en El Chorro, Bobastro; en Abdalajís, Nescania; en Antequera, los Dólmenes y en Ardales, la cueva de doña Trinidad Grund, ello puede ser el detonante para atraer turismo a la zona”, destaca el gerente de La garganta.
Busco en Fernando algún resquicio de Omar Ibn Hafsún. Criado desde niño en estos parajes, reconoce el desconocimiento de la mayor parte de la población del entorno hacia esta figura mítica: “Si yo fuera Omar, sentiría tristeza por el estado de abandono en que se encuentra El Chorro y contemplaría con horror esa mole de hormigón que se ha instalado en lo que fuera su fortaleza en las Mesas de Villaverde. Pero, superadas esa inicial rabia y esa inicial tristeza, pensaría en el carácter estratégico de la zona y me las ingeniaría de nuevo para tratar de reconstruir mi reino”. Caudillo de Iberia sumergida, reino de Omar.
Bobastro, peldaño hacia Córdoba,
escalera de mirto y roca.
Ya voy  subiendo hacia ti, Bobastro…
No puedo concluir mi periplo sin una visita guiada a Bobastro. Allí Omar encabezó contra el emirato una rebeldía que sólo se extinguió con su muerte. Me acuerdo de la descripción que del guerrero muladí hizo Fray Agustín de Antequera: “A los diecinueve años de edad, poseía ya el admirable don de los grandes capitanes, que permite dominar a los compañeros. Era moreno, de mejillas encendidas y ojos negros. Tenía largo el cabello y barba descuidada”[1]. Camino ascendiendo hacia la muralla de sillares, que rodea el recinto fortificado de la ciudad forajida, y de repente, en la arboleda, aparece un hombre hirsuto, de pelo rizado y una profundidad en la mirada a la que me asomo, curiosa, como a un balcón sobre un precipicio. Y bebo lentamente de sus ojos, y me dejo llevar de su mano, como una niña, hacia los abismos del pasado: silo, tumba, aljibe. Aquí habitaron los hijos de la tierra, hastiados de los impuestos de los emires, a vivir la soledad de los campos en la altura de los cerros de arenisca. Tallaron la piedra e imaginaron una iglesia cristiana con arcos de herradura andalusíes, imprimación de la coexistencia, no siempre belicosa, entre dos culturas.
Mi caballo trota en la pradera
de las Mesas de Villaverde,
Cora de Rayya, hogar, bandera.
Bandido, iluminado, caudillo,
profecía del anciano,
soy príncipe prometido,
sultán, mozárabe y cristiano.
Al descender miro hacia atrás y busco al joven cetrino de cabello ensortijado, pero se ha quedado arriba, entre los muros de la iglesia, quizás orando. No estoy segura de si ha sido una visión fugaz o un sueño provocado por los primeros calores de junio, pero allá en Bobastro se quedan atrapados los jirones de un tiempo mítico, epopeya de sombras que hoy casi nadie recuerda. En el camino de regreso, de nuevo cabalgando mi Corsa en dirección hacia el Valle, reconoce mi alma, ya saciada, las huellas de los pasos del caudillo: la que fuera ermita de Santa Argentea, su hija; a lo lejos, la peña de Ardales, su primera conquista; los restos del Alcázar dominando la Rayya. Y el paisaje silencioso, eterno.
Y vuelve de nuevo a mí, magnética, su mirada.
Y contemplo con sus ojos un reino submarino, ínclito, abisal.


[1] Tomado de un fragmento recogido por el historiador Francisco Ortiz Lozano en su libro “Bobastro. La ciudad de la perdición. Gloria y refugio de la cristiandad”, p. 273.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Buscar este blog