domingo, 23 de febrero de 2014

Castillos en Marte (novela por entregas)

Los ojos de dios

-Ya es la hora -anuncia, lacónicamente, mi duendecillo enlamparado.
-¿Tan pronto?- me quejo, los ojos caídos por el suelo, a causa del sueño.
-Tan tarde -responde la voz de mi mala conciencia.
Me incorporo, lleno de aire los pulmones, exhalo un profundo suspiro y comienzo el camino. Apenas está amaneciendo, y la luz de la lámpara languidece.
-Ser angélico, surgido de la tiniebla -le digo a mi guardián. Tú que has partido en dos la oscuridad que me rodea, ayúdame a caminar.
-No puedo, Julia Martina. Ya te he dicho que sólo te tienes a ti misma. Mi luz se va a apagar en cuanto el sol salga por el rincón más umbrío de la montaña gris.
En efecto, los primeros rayos de Helios asoman por entre los altos picos salpicados de escarcha. ¡Horror! ¿Qué voy a hacer yo ahora? ¡No te apagues, malicioso trasgo, luciérnaga de la floresta, que juegas con mi esperanza! ¿Habré de llegar a la montaña gris yo sola?
-Ni por asomo, niña. El amor te espera, y es tan grande su poder que te desborda. Pregúntale al Brujo Azul... -dice el diablillo ceniza, mientras se desvanece.
De repente, los pájaros se callan. Un trueno restalla en el cielo y me estremezco. La tierra tiembla en torno mío. Ha amanecido completamente y en la mano porto, inútil adorno, un farol extinguido con su larga mecha haciéndome burla, lengua purpúrea tras su festín de aceite para quincalla.
Me doy cuenta de que he dejado de importar para el mundo, pero sigo contando con mis propias fuerzas impolutas. El deseo de restañar las heridas del ayer me acerca a mi objetivo. La montaña gris parece, desde esta nueva perspectiva, un observatorio astronómico desde donde contemplaré la creación entera, e incluso podré mirar cara a cara a Dios mismo.
Si no me duermo.
Si no me...
Si no...
Pero me he dormido y mientras lo hacía he soñado en otro tiempo, Mamá y Papá amándose entre las flores y yo celosa de su felicidad cortando los tilos, para que no naciesen más niños, y Úrsula con su carita congestionada llorando inatendida, los amantes alimentándose sólo de besos y las dos hijas desnudas, congeladas, arropadas tan sólo de sobras de besos y en los parterres mosquitos y una luz que flamea burlesca las sombras entre el ayer y el mañana.
No sé si Dios existe.
No sé si Dios ha muerto.
Pero si alguna vez me rinde cuentas, no he de dárselas ni por este sueño, ni por este cuento. ¿Soy? Filosofo. ¿Estoy? Me pregunto, palpandome apenas.
Y de repente atisbo la cabaña anunciada por el Alumbrador de los Caminos.
El Brujo Azul me espera, como me ha esperado siempre, su cayado de roble entre los puños nudosos como la carcomida madera en que se apoyan; algunos insectos ápteros se pasean veloces por la indistinta anatomía que prolonga el bastón mágico hasta los dedos de sus manos. Por fin. 

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