sábado, 8 de febrero de 2014

Castillos en Marte (Novela por entregas)

Aldabonazos 

Esta mañana, muy de mañana, nada más amanecer, acababa de medio despertar cuando sonaron de nuevo los aldabonazos en el portón. Salí a toda prisa, con el desayuno en la cuenta del debe, y un poco de miedo al ir comprobando como el aire se había, por fin, parado en mi rostro, alrededor de los labios, sobre los cercos violáceos de mis ojos. Mi mano tocó el maderamen de la puerta, y sintió los latidos del árbol antiguo que había sido su origen, en un principio algo balbuciente, como de bebé ingrato y con hambre vieja, atrasada por siglos. Vencí con esfuerzo a ambos, puerta y miedo, y salí al exterior.
"No es nadie", pensé para mi misma. "Quizás un personaje en fuga procedente de otro cuento, la Madeline Usher de mi pobre Edgardo".
De repente, la tierra vibró bajo mis pies. Del pozo surgió un arroyo de aguas muy claras, y el cielo se oscureció. No tuve ninguna duda. Era El Contador de Historias. Con su cayado alto y nudoso, barba encrespada en textura inigualable de cumulonimbo marciano, mirada ignífuga, El Contador de Historias parecía, tan alto y enjuto, la radiografía del viento.
-Julia- comenzó, sombrío. -La guerra con Papá no ha traído más que destrucción y miseria. Hay que levantar Marte desde sus mismos cimientos. Ya sabes lo que toca hacer. Y, sin mediar otro gesto, me entregó su cayado. Antes de desvanecerse para siempre, siempre jamás, dijo algo que no habré de olvidar en los días por venir:
- El nuevo mundo necesita nuevas historias. Y a ti para contarlas.
Tras su marcha, la atmósfera quedó brumosa, y de la niebla, tiesa y cortante como una cimitarra turca, comenzaron a surgir  extrañas palabras como férulas, apneas y otros monstruos de la razón. Tomé el cayado, los atravesé con su sublime punta (cedro o boj, para el caso es lo mismo) y comencé a caminar por mi reino desolado. Crucé el puente hacia la aldea -ahora, la niebla era rojiza, a causa del metano. Al otro lado me esperaba la Vieja, dispuesta a pedir su óbolo de plata, su mirada hechizante azul eléctrico.
-Vieja del óbolo, le dije, de la manera más suave y dulce que pude. No he de pagar nunca más tu peaje. He dicho adiós al pasado, y sólo tengo este cayado y el llamado de los cuentos venideros. El futuro de Marte. Mi futuro.
-Eres ingenua, Julia Martina. ¿No sabes ya de sobra que todo está escrito? No hay un asomo de originalidad en los cuentos que te propones escribir. El destino es una gran patraña, una burla temeraria de aquel que nos sueña. Es un loco, Martina. Y una locura el hacerle frente. Ten cuidado, niña.  Papá está muerto, pero no derrotado. Sus hordas de seguidores se cuentan por miles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Buscar este blog