CAPÍTULO SEXTO
EL BOSQUE OLVIDADO
- ¡Qué curioso lugar!- pensó Esidor. Y,
juntando dos piedras planas a modo de lecho, buscó una postura cómoda para
pasar la noche.
Tan sólo un breve instante duró su
asueto. Un viento cortante invadió la cornisa del altozano, obligando al joven
a levantarse. Soplaba tan fuerte que Esidor pensó que se trataba de un animal
furioso y hambriento.
Bajó la colina a toda prisa, buscando
con la vista donde guarecerse. El caracol marino, bajo su fina blusa, despedía un resplandor rojizo. Su
luz le permitió orientarse durante un trecho, hasta que distinguió un estrecho
sendero, apenas visible, que llevaba al bosque. “No temas”, pareció escuchar, y
sintió que el corazón le latía más y más fuerte. Acababa de llegar al Bosque
Olvidado, el lugar a donde van a parar los sueños de los niños que han dejado de
creer en la fantasía.
Bajo un olmo milenario, una pequeña
puerta de marfil y oro repujado sostenía una inscripción antigua que rezaba en
romance élfico: “Bienvenidos los corazones sin miedo, limpios de toda maldad.
Preparaos para la aventura de cruzar la Puerta Crisoelefantina”. Esidor el
Navegante sintió un vago temor, pero sólo duró un instante. “Aquí comienza”, se
oyó decir a sí mismo, en voz tan queda como un murmullo. “Aquí comienza”,
repitió, para darse valor. Y, sintiendo que de sus pies brotaban raíces, y de
sus brazos ramas, se hundió despacio en el suelo, hasta hacerse diminuto como
una viruta de madera en el taller donde construyeran su barco. Esperó hasta el
atardecer del tercer día, sintiéndose crecer bajo la tierra, como una
prolongación del olmo milenario. Esperó y esperó, hasta que las aves
golpetearon sus párpados y la escarcha coronó su cabeza. Pero la puerta seguía
cerrada a cal y canto.
Un profundo letargo le embargó al
cuarto día, y tras haberse alimentado con el agua del rocío y las sámaras del
olmo, se echó a dormir en un claro del bosque, entre la hojarasca, hasta que
los sonidos del alba le arrancaron de su sueño.
***
- Es por aquí- dijo Ípsilon.
- No, es por aquí- dijo Beta.
- Ni pensarlo- dijo Ómicron.
- ¡Silencio, todos!- terció Phil. Oigo
un ruido.
El llamado Phil se acercó cauteloso al
lecho de Esidor. Con su cayado, derribó la hojarasca y golpeó suavemente la
espalda del durmiente.
Esidor se incorporó y abrió los ojos; luego
retrocedió unos pasos, asustado. La maleza, como un corazón de papel vegetal,
le temblaba en las ropas. No daba crédito a lo que veía: un pequeño grupo de
gnomos del bosque lo examinaban con atenta desconfianza.
- ¿Quiénes sois?- preguntó al fin.
- Yo soy Ípsilon- dijo uno.
- Yo soy Beta- dijo el otro.
- Yo soy Ómicron- dijo el tercero.
- Y yo soy Phil- dijo el que parecía
ser el cabecilla de la banda.
- ¿Y qué hacéis aquí, Ípsilon, Beta,
Ómicron y Phil? – quiso saber Esidor.
- Buscamos setas- dijo Beta.
- Para hacer sopa- dijo Ómicron.
- Hoy es la Fiesta- dijo Ípsilon.
- ¡Callaos!- bramó Phil. – Disculpad a
mis hermanos pequeños, no saben tener la lengua encerrada en la boca.
Pero Esidor sentía viva curiosidad.
- ¿Una fiesta?- inquirió.
-En honor del Ele...- comenzó Ípsilon.
-¡Imbécil!- gritó Phil, agarrándolo de
una oreja. -¡Un día te haré tragar tu sombrero! ¿Qué te he dicho de contar
secretos al primer desconocido que encontremos plantado en el bosque?
Esidor, divertido, observaba discutir a
los gnomos. Sus gorros picudos se enganchaban en las ramas de los arbustos, y
producían un sonido metálico al entrechocar.
El que se hacía llamar Phil se inclinó
sobre sus rodillas y aguzó la vista.
- ¿Qué es ese extraño resplandor que
sale de debajo de las rocas?- preguntó, desconfiado.
- Es mi tótem- respondió Esidor.
- “Su luz nos guiará hasta el final del
túnel de oscuridad...”- musitó Phil.
Los otros gnomos se escondieron detrás
de su hermano mayor. Temblaban de pies a cabeza, porque presentían que estaban
a punto de presenciar algo extraordinario.
- “...y nunca más el miedo volverá”-
seguía diciendo Phil. A medida que se acercaba al roquedo, la luz se hacía más
y más brillante. De pronto, todo el bosque parecía arder en un incendio azul.
El valiente Phil llegó hasta el lecho
de rocas y levantó suavemente la que parecía más pesada. Debajo, el nautilus resplandecía
con el brillo de un zafiro facetado. Phil se aproximó para apreciar mejor el
fulgor del extraño animal, y en sus irisaciones contempló el pasado de los
Siete Reinos, con todos sus monarcas y príncipes, con todas sus princesas
encastilladas, con todos los niños que alguna vez habían creído en la fantasía,
con la algarabía de la vida en los bosques medievales, con los carros de guerra
y las catapultas, con el viento y la lluvia que entonces eran tan distintos,
porque eran sólo señales del desarrollo de la tierra. Entonces...
Los gnomos contemplaban a su hermano
sin moverse de su sitio. Phil parecía hipnotizado por los círculos concéntricos
anaranjados en el centro del tótem. Parecía trasladado a otro tiempo, un tiempo
muy, muy antiguo, más allá de los hombres y de las criaturas del bosque.
Buscaba señales en las marcas del nácar, y de esta manera, colgando de un hilo
de voz, salieron unas palabras de su boca que desconcertaron a los allí
reunidos.
-Estamos a tu servicio, Miranda. Dinos
qué hemos de hacer para agradarte.
El nautilus desprendía ahora átomos de
fuego azul que, al elevarse en el aire, se encendían como luminarias.
Esidor intervino:
- Tranquilos, amigos. Vuestro hermano
está hablando a la princesa- dijo.
Pero los pequeños gnomos lloraban,
derramando gruesas lágrimas que, al caer al tapiz de hojas del suelo, se
convertían en escarcha.
- ¿Por qué lloráis así, niños queridos?
–quiso saber Esidor.
- Ha llegado la hora de que nuestro
hermano se enfrente a su destino. Y morirá- respondieron a coro, dando grandes
suspiros.
- ¿Qué?- se maravilló Esidor.
- Cuando Phil vino al mundo, hace
doscientos veintidós años, una anciana profetizó que habría de dar su vida para
salvar la de una princesa. La princesa Miranda. Phil ayudará al Elegido a
atravesar la puerta. Le espera desde siempre- explicó Ómicron, entre sollozos.
- ¿Qué decía la profecía?- inquirió
Esidor.
“Su nombre es amor y del amor nacerá.
/Su luz nos guiará hasta el final/ del túnel de oscuridad/ y nunca más el miedo
volverá. /Por servir a Miranda morirá/ al abrir la puerta al Elegido que
vendrá”.
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