domingo, 16 de diciembre de 2012

LA ROSA AZUL (NOVELA JUVENIL POR ENTREGAS)


CAPÍTULO SEXTO

EL BOSQUE OLVIDADO

- ¡Qué curioso lugar!- pensó Esidor. Y, juntando dos piedras planas a modo de lecho, buscó una postura cómoda para pasar la noche.
Tan sólo un breve instante duró su asueto. Un viento cortante invadió la cornisa del altozano, obligando al joven a levantarse. Soplaba tan fuerte que Esidor pensó que se trataba de un animal furioso y hambriento.
Bajó la colina a toda prisa, buscando con la vista donde guarecerse. El caracol marino, bajo su  fina blusa, despedía un resplandor rojizo. Su luz le permitió orientarse durante un trecho, hasta que distinguió un estrecho sendero, apenas visible, que llevaba al bosque. “No temas”, pareció escuchar, y sintió que el corazón le latía más y más fuerte. Acababa de llegar al Bosque Olvidado, el lugar a donde van a parar  los sueños de los niños que han dejado de creer en la fantasía.

Bajo un olmo milenario, una pequeña puerta de marfil y oro repujado sostenía una inscripción antigua que rezaba en romance élfico: “Bienvenidos los corazones sin miedo, limpios de toda maldad. Preparaos para la aventura de cruzar la Puerta Crisoelefantina”. Esidor el Navegante sintió un vago temor, pero sólo duró un instante. “Aquí comienza”, se oyó decir a sí mismo, en voz tan queda como un murmullo. “Aquí comienza”, repitió, para darse valor. Y, sintiendo que de sus pies brotaban raíces, y de sus brazos ramas, se hundió despacio en el suelo, hasta hacerse diminuto como una viruta de madera en el taller donde construyeran su barco. Esperó hasta el atardecer del tercer día, sintiéndose crecer bajo la tierra, como una prolongación del olmo milenario. Esperó y esperó, hasta que las aves golpetearon sus párpados y la escarcha coronó su cabeza. Pero la puerta seguía cerrada a cal y canto.
Un profundo letargo le embargó al cuarto día, y tras haberse alimentado con el agua del rocío y las sámaras del olmo, se echó a dormir en un claro del bosque, entre la hojarasca, hasta que los sonidos del alba le arrancaron de su sueño.
***
- Es por aquí- dijo Ípsilon.
- No, es por aquí- dijo Beta.
- Ni pensarlo- dijo Ómicron.
- ¡Silencio, todos!- terció Phil. Oigo un ruido.
El llamado Phil se acercó cauteloso al lecho de Esidor. Con su cayado, derribó la hojarasca y golpeó suavemente la espalda del durmiente.
Esidor se incorporó y abrió los ojos; luego retrocedió unos pasos, asustado. La maleza, como un corazón de papel vegetal, le temblaba en las ropas. No daba crédito a lo que veía: un pequeño grupo de gnomos del bosque lo examinaban con atenta desconfianza.
- ¿Quiénes sois?- preguntó al fin.
- Yo soy Ípsilon- dijo uno.
- Yo soy Beta- dijo el otro.
- Yo soy Ómicron- dijo el tercero.
- Y yo soy Phil- dijo el que parecía ser el cabecilla de la banda.
- ¿Y qué hacéis aquí, Ípsilon, Beta, Ómicron y Phil? – quiso saber Esidor.
- Buscamos setas- dijo Beta.
- Para hacer sopa- dijo Ómicron.
- Hoy es la Fiesta- dijo Ípsilon.
- ¡Callaos!- bramó Phil. – Disculpad a mis hermanos pequeños, no saben tener la lengua encerrada en la boca.
Pero Esidor sentía viva curiosidad.
- ¿Una fiesta?- inquirió.
-En honor del Ele...- comenzó Ípsilon.
-¡Imbécil!- gritó Phil, agarrándolo de una oreja. -¡Un día te haré tragar tu sombrero! ¿Qué te he dicho de contar secretos al primer desconocido que encontremos plantado en el bosque?
Esidor, divertido, observaba discutir a los gnomos. Sus gorros picudos se enganchaban en las ramas de los arbustos, y producían un sonido metálico al entrechocar.
El que se hacía llamar Phil se inclinó sobre sus rodillas y aguzó la vista.
- ¿Qué es ese extraño resplandor que sale de debajo de las rocas?- preguntó, desconfiado.
- Es mi tótem- respondió Esidor.
- “Su luz nos guiará hasta el final del túnel de oscuridad...”- musitó Phil.
Los otros gnomos se escondieron detrás de su hermano mayor. Temblaban de pies a cabeza, porque presentían que estaban a punto de presenciar algo extraordinario.
- “...y nunca más el miedo volverá”- seguía diciendo Phil. A medida que se acercaba al roquedo, la luz se hacía más y más brillante. De pronto, todo el bosque parecía arder en un incendio azul.
El valiente Phil llegó hasta el lecho de rocas y levantó suavemente la que parecía más pesada. Debajo, el nautilus resplandecía con el brillo de un zafiro facetado. Phil se aproximó para apreciar mejor el fulgor del extraño animal, y en sus irisaciones contempló el pasado de los Siete Reinos, con todos sus monarcas y príncipes, con todas sus princesas encastilladas, con todos los niños que alguna vez habían creído en la fantasía, con la algarabía de la vida en los bosques medievales, con los carros de guerra y las catapultas, con el viento y la lluvia que entonces eran tan distintos, porque eran sólo señales del desarrollo de la tierra. Entonces...
Los gnomos contemplaban a su hermano sin moverse de su sitio. Phil parecía hipnotizado por los círculos concéntricos anaranjados en el centro del tótem. Parecía trasladado a otro tiempo, un tiempo muy, muy antiguo, más allá de los hombres y de las criaturas del bosque. Buscaba señales en las marcas del nácar, y de esta manera, colgando de un hilo de voz, salieron unas palabras de su boca que desconcertaron a los allí reunidos.
-Estamos a tu servicio, Miranda. Dinos qué hemos de hacer para agradarte.
El nautilus desprendía ahora átomos de fuego azul que, al elevarse en el aire, se encendían como luminarias.
Esidor intervino:
- Tranquilos, amigos. Vuestro hermano está hablando a la princesa- dijo.
Pero los pequeños gnomos lloraban, derramando gruesas lágrimas que, al caer al tapiz de hojas del suelo, se convertían en escarcha.
- ¿Por qué lloráis así, niños queridos? –quiso saber Esidor.
- Ha llegado la hora de que nuestro hermano se enfrente a su destino. Y morirá- respondieron a coro, dando grandes suspiros.
- ¿Qué?- se maravilló Esidor.
- Cuando Phil vino al mundo, hace doscientos veintidós años, una anciana profetizó que habría de dar su vida para salvar la de una princesa. La princesa Miranda. Phil ayudará al Elegido a atravesar la puerta. Le espera desde siempre- explicó Ómicron, entre sollozos.
- ¿Qué decía la profecía?- inquirió Esidor.

“Su nombre es amor y del amor nacerá. /Su luz nos guiará hasta el final/ del túnel de oscuridad/ y nunca más el miedo volverá. /Por servir a Miranda morirá/ al abrir la puerta al Elegido que vendrá”.

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