martes, 21 de febrero de 2012

EL PIREO

Un poema homérico de Paqui Castillo Martín

Lupanar en el puerto, cerúleas miradas

buscando el alimento de las sombras.

Se encienden las luces; las bellas cánidas

cuentan los óbolos con pericia codiciosa.

El reparto del botín es tensa espera,

rameras cimbreantes coronan en prendas

el alma cansada del recién llegado.

Grecia atisba los furtivos besos

de las lobas a sus amantes apátridas,

lenguas confundidas hablando enjambres de idiomas.

La luna rompe su proa de alpaca

sobre el templo de Afrodita,

mientras las lobas recogen con mustio gesto

las dadivosas limosnas en sus vestidos de gasa.

Unos ojos encendidos juran odio eterno a Roma

mientras cubren el vientre de la hetera escogida

con púrpuras de Tiro y mirra del Líbano.

“Fenicia es mi cuna, nieto soy de Dido”, susurra el extraño,

indicando al lejano horizonte con la gruesa curva

de sus pestañas de antiguo esclavo.

Puerto del Pireo, nacen pasiones prohibidas

al calor de las salas hipóstilas de los palacios,

y en las piscinas lustrales las sacerdotisas

contemplan marea de cuerpos en tempestad rodando.

“El Pireo es mi casa”, susurra la loba,

señalando con el arco de sus hermosas cejas

la puerta del lupanar que entornada espera al próximo amante.

Baal en el tophet renueva en su fuego sacrificios en altares

donde la loba se consagra suplicando

entregar su vida a cambio

de un nuevo amanecer con el de Fenicia.

Un aullido fúnebre rompe en la orilla

con metálico crujido a las lobas llamando.

“Es nuestra madre”, susurra la esfinge

mientras abotona en el pecho de su amado

cuentas de nácar, variscita y alabastro.

Lágrimas ruedan por sus mejillas encarnadas

por el último roce de los labios del liberto.

“A Byblos te llevaría por esposa

envuelta en un manto de nardo y clavo

y al alba en la ciudad entrarías

como reina y señora de mi casa de humilde artesano.

Garum de Gades y vino de Massalia

correrían en la noche de bodas

para celebrar los extraños designios

de los oscuros dioses de los templos paganos”.

“Adiós”, gime la loba, murmurando desde el muelle

la plegaria que de niña le enseñara la pitia en el oráculo.

Las velas, henchidas por el viento, están poniendo rumbo a Cartago.

Puerto del Pireo, presagio incierto, dolor soterrado,

trasiego de espectros que en la noche sollozando

lamentan el final triste de un amor contrariado.

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