sábado, 27 de agosto de 2011

LOLA LAVANDA

Muchacha en la ventana. Salvador Dalí
Un relato de Paqui Castillo Martín

Andaba por los treinta, cumplidos una tarde de mayo en que se sentía solitario como un payaso de circo el día de su estreno en un pueblo de provincias. No tenía ilusiones; su única ambición en el mundo había sido comprar un barco al acabar los estudios y divagar en torno a la isla, círculo imperfecto sobreimpuesto al desastre cotidiano de su vida.
Las penurias familiares le impidieron cumplir su anhelo de explorar la costa. No acababa de recibirse del bachillerato cuando su padre huyó de la casa familiar con lo poco que la madre tenía ahorrado en la cartilla del banco. Cómplice del gran golpe nocturno, alevoso y pendenciero, una rubia de cigarrillo fácil y boca esmaltada en rojo sangre esperaba en el coche a emprender la fuga atusándose la melena de loba, descolorida y sucia bajo la media que ocultaba su rostro de ladrona de maridos frustrados.
Para lavar su honra manchada de labios carmín y olor a Marlboro, la madre montó un negocio de rosas en medio de la avenida Ancha, un callejón que poca gala hacía de su nombre; medio metro separaba una acera de la de enfrente. Damas de rosa llegó a convertirse en el reclamo de enamorados y modistas, de enfermeras y visitadores, de actrices y aspirantes a escribientes. El joven bachiller pasaba horas sentado tras el mostrador analizando rostros y buscando en ellos los rasgos expresivos de la personalidad humana. Psicólogo a ratos, a ratos alcahuete y entre medias adivino, tejía sus horas de escuchador sin percibir apenas el rastro de hojas muertas que iba dejando la juventud marchita…
Se había convertido, así, de repente, en despachador de rosas, de las que aspiraba su perfume y comía en secreto su blanda carne, esperando de esta manera congraciarse con los dioses del Olimpo, de quienes se decía tomaban la ambrosía directamente no del néctar, sino de los pétalos. Aprendió a diferenciar las rosas turcas de las amarillas, las rosas salvajes de las trepadoras, las rosas índigo de las rosas púrpuras de El Cairo. Soñaba con ellas, con sus vivos bulbos latiendo como corazones al compás de la sinfonía del cosmos, pequeños seres dotados de ciclo vital de germinación, floración y muerte, y una rara inteligencia para percibir el sufrimiento…
Las cuidaba con primor. Las alimentaba y acariciaba, hablándoles palabras misteriosas que le traían los marineros que surcaban los mares allende la isla. Y cada mañana, ellas le daban la bienvenida con su trémulo gemido, abiertas cual mano de amante, atrayentes y hechizadoras como el beso de la mujer araña del cine de verano…
La isla tenía un deje de volcán inclinado, colina o dolma que se precipitaba presurosa e imperceptiblemente en el mar. Por un lado era tan tenue que parecía perderse en el azul  profundo del océano Pacífico, pero por otro era escarpada y rocosa como un bosque de piedra. Había emergido de la nada, una noche en que los habitantes del continente dormían o festejaban el fin de los hielos perpetuos. Y ahora, quinientos mil años después, era un campo de rosas, rosas despuntando sus hirsutos tallos tapizados de espinas con las que se fabricaban los balandros, las teas y las puertas de las casas.  El leño de rosa acunaba el sueño leve del recién nacido; de rosa esmaltada era la corona fúnebre del dormido eterno. No había en toda la isla una muchacha que no se llamara Rosa ni oliera a su nombre.
Por eso cuando ella, con su alta pierna, con su ojo azul pálido y su media sonrisa, entró en la tienda haciendo tintinear la campanilla de la entrada, y un extraño, desconocido olor a lavanda se esparció por todas las estancias de la casa, el joven pensó inmediatamente en que el beso de la mujer araña no debía saber a rosas, y que los cocineros del Olimpo debían haber equivocado la receta que hacía para siempre jóvenes a los dioses, aunque iracundos.
-Buona sera- dijo la hermosa, cantando las aes finales de su triunfal saludo.
El joven bachiller no dijo nada. Se quedó mirando el ojo azul de la recién llegada y tuvo el antojo de una tierra lejana, amarillenta y mediterránea, reflejada en la pupila centelleante de la muchacha.
-Quiero un ramillete de lavanda- susurró Afrodita reeencarnada. Sus labios se desplegaron en dirección de sonrisa, burlona a medias, enteramente provocativa.
-Lo siento, signorina-respondió el joven, una vez hubo tomado de nuevo posesión de su aliento.- En esta parte del planeta sólo tenemos rosas.
Se miraron sin verse, camuflados los anhelos tras de los ramilletes de flores. Y luego no hicieron falta los ojos para hablar sin palabras. Florecieron los besos como pétalos de rosas. Eran sombras chinescas en busca de la luz cárdena del atardecer, como mariposas que se ocultaban de los transeúntes, compradores irredentos que pululaban por la calle y fisgaban desde las esquinas aquel romance apenas comenzado.
-Io me quiamo Lola…-acertó a decir ella, titilando la bruma de una lágrima en su ojo azul crepuscular.
-Lavanda…musitó el joven, entre suspiros.
Dejó una estela de fragancia al marcharse largo tiempo suspendida en el aire marino de la isla. Cadera y rumba, caminaba la avenida con su conspicua pierna de italiana diva.
Y un cadáver de amor en la tienda, soñando balandros navegando círculos imperfectos, inconsciente de que se había marchado con Lola Lavanda, para siempre, su juventud marchita.

4 comentarios:

  1. Curiosa combinación; misterio, soledad, romanticismo, erotismo y melancolía.
    Enhorabuena

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  2. Buenísimo. Has dejado impregnado mi salón con un intenso perfume de rosas y lavanda. Soñando por un momento con un lugar así con suaves y cálidos aromas, lejanos y remotos. ¡¡Felicidades!!!

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  3. "me quiamo Lola" ? Que yo sepa (mi italiano es bastante básico todavía) se dice "mi chiamo".

    Muy buen relato.

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  4. Hola,

    confieso que yo tampoco soy ninguna experta en italiano.

    Lo que hice en su momento fue una transcripción fonética (tendría, al menos, que haber utilizado las comas para indicar que no había que leerlo tal cual). No quería que se leyera pronunciando la "ch" española, pero si no se entiende, es mejor que lo cambie, vaya que nuestros amigos de allá se molesten.


    Gracias por tus sugerencias, siempre inteligentes y constructivas.



    Un saludo.

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