domingo, 13 de enero de 2013

LA ROSA AZUL (NOVELA JUVENIL POR ENTREGAS)


CAPÍTULO DUODÉCIMO

SOLO UN SUEÑO

Phil, timorato, se aferró a la pernera del pantalón de Esidor. El cielo de Realidad resplandecía con la luz del amanecer. El sol rompía las nubes y acariciaba con sus rayos el paisaje poblado aún de sombras y espectros. Esidor dio un paso en dirección al huerto, pero ponto se dio cuenta de que su visión fulgurante no era más que un espejismo. ¡Una imagen reflejada en el espejo, al otro lado de la puerta! Esidor y Phil miraron a su alrededor, y percibieron cómo las paredes de una extraña habitación les encerraban en un mundo desconocido y solitario. No había nadie allí para recibirlos, ni una mano amiga para liberarles de su encierro. Ni rastro alguno de Erin y Miranda.
Esidor, atónito, se preguntó qué nueva aventura les aguardaba.
Phil el gnomo temblaba como la hoja de un árbol en otoño.
-Vámonos de aquí, señor- protestó, con su débil vocecilla.
- No, Phil. Busquemos a la princesa. Creo que sé el camino.- respondió el Navegante.
-¡Mirad!- gritó Phil.
Bajo la puerta, un objeto menudo y alargado luchaba por hacer su entrada en la estancia. Era el extremo de un hilo.
- El Hilo de la Vida- dijo Phil, para sí mismo.
Y extrayendo su propio hilo del bolsillo interior de su diminuta chaqueta, unió los dos pedazos en una única, mágica lazada. Esidor y su compañero se dirigieron una mirada cómplice. El Hilo les llevaría al final de la historia, al secreto corazón de la princesa.
Los pasillos eran tan lúgubres y oscuros como boca de lobo, pero la luz del hilo era tan intensa que iluminaba hasta las mismas entrañas del castillo.
 -La princesa está dormida...-susurraban los apagados candelabros.
-Por amor, duerme estremecida...-murmuraban las apolilladas armaduras.
-Estremecida, de dolor herida...-cuchicheaban los blancos ratoncillos.
-Herida de amor inmortal, amor habrá, por fin, de despertar.
El hilo se terminaba donde comenzaba el suave gozne de una gran puerta escarlata. Ninfas y hadas, talladas en madera, ornaban el arco y el dintel de la cámara, y una pilastra de ménades y atlantes sostenía la techumbre semicircular de la entrada. Si Esidor y Phil hubieran sabido algo sobre ritos antiguos, se habrían dado cuenta de que estaban en el nártex de un templo.
“Suprema sacerdotisa del Viento, diosa de los Bosques Oscuros, esposa del Tiempo, yo te saludo”, prorrumpieron las ménades, sus grandes ojos de piedra abiertos hacia lo desconocido.
-Señor, tengo miedo.- dijo Phil, metiéndose en la cinturilla del pantalón de Esidor.
-Querido niño, yo también lo tengo. Juntos será más fácil.
El gnomito se tapó la carilla, restregando los carrillos contra la áspera arpillera de las ropas de Esidor. Pronto la luz vivísima del interior había devorado a los dos amigos.
- Miranda, Erin, ¿dónde estáis?- gritó el Navegante.
En el centro de la sala, una urna de cristal contenía a una criatura de belleza extraordinaria. Sus luengos cabellos rosados se extendían como lenguas de fuego; flotando en una dimensión aérea, el cuerpo delicado ardía, desprendiendo un aroma de especias y lavanda. Las flores de los bosques cortejaban como pajecillos su máscara fúnebre.
Miranda.
Por fin Phil se atrevió a abrir sus ojillos.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un sueño- murmuró.
Otra puerta se abrió y, tras ella, una figura familiar se distinguía entre alambiques y crisoles.
-¡Baltimor!- exclamó el Navegante. ¿Qué hacéis aquí?
-Oh, Esidor de Ruthavon, Hijo de la Tierra, esposo de la Mar Océana. Hete aquí, frente al sueño de Miranda.
-¿Un sueño?- inquirió Esidor.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un sueño- volvió a decir Phil.
-El sueño de Miranda- repitió Baltimor.
-¿Miranda no ha muerto?-preguntó Esidor, cada vez más confuso.
- No, mis queridos niños-respondió el druida. -Duerme.
-¿Y nosotros, qué hacemos aquí?-volvió a preguntar el Navegante.
-¿Nosotros? ¿Erin? ¿Déndera? –respondió Baltimor, enigmático.
-Druida, abandonad vuestra impía costumbre de dar preguntas a modo de respuestas- exigió Esidor.-Me debéis una explicación.
-¿No lo veis?-respondió Baltimor.- Miranda nos está soñando.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un sueño- repitió Phil.
-¿Y Erin?-preguntó el Navegante.
-Sólo es un proyecto de hombre y, para nacer, habrán de transcurrir varios milenios.
-Así que...todo esto-Esidor extendió las manos para abarcar la habitación toda, significando con su gesto los siete reinos de Fantasía y el dominio de Realidad- no es más que un sueño...de Miranda. No lo entiendo.
-¿Veis, señor, ese frágil cuerpo de apariencia transparente? Es el Espíritu del Bosque, presto a encarnarse en su nínfula.-respondió el druida.
-Así que este cuento...-comenzó a decir Esidor.
-Ha sido inventado por Miranda, mientras dormía.-respondió el druida.
-Un sueño. Un sueño. Sólo un sueño- murmuró Phil.
Al fin, Esidor comprendió.
-El sueño de Miranda, en su nínfula-musitó, tan suavemente que ni las paredes pudieron oírlo.

Créditos fotográficos: Francisca Castillo Martín

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