CAPÍTULO DUODÉCIMO
SOLO UN SUEÑO
Phil, timorato, se aferró a la pernera
del pantalón de Esidor. El cielo de Realidad resplandecía con la luz del
amanecer. El sol rompía las nubes y acariciaba con sus rayos el paisaje poblado
aún de sombras y espectros. Esidor dio un paso en dirección al huerto, pero
ponto se dio cuenta de que su visión fulgurante no era más que un espejismo.
¡Una imagen reflejada en el espejo, al otro lado de la puerta! Esidor y Phil
miraron a su alrededor, y percibieron cómo las paredes de una extraña
habitación les encerraban en un mundo desconocido y solitario. No había nadie
allí para recibirlos, ni una mano amiga para liberarles de su encierro. Ni
rastro alguno de Erin y Miranda.
Esidor, atónito, se preguntó qué nueva
aventura les aguardaba.
Phil el gnomo temblaba como la hoja de
un árbol en otoño.
-Vámonos de aquí, señor- protestó, con
su débil vocecilla.
- No, Phil. Busquemos a la princesa.
Creo que sé el camino.- respondió el Navegante.
-¡Mirad!- gritó Phil.
Bajo la puerta, un objeto menudo y
alargado luchaba por hacer su entrada en la estancia. Era el extremo de un
hilo.
- El Hilo de la Vida- dijo Phil, para
sí mismo.
Y extrayendo su propio hilo del
bolsillo interior de su diminuta chaqueta, unió los dos pedazos en una única,
mágica lazada. Esidor y su compañero se dirigieron una mirada cómplice. El Hilo
les llevaría al final de la historia, al secreto corazón de la princesa.
Los pasillos eran tan lúgubres y
oscuros como boca de lobo, pero la luz del hilo era tan intensa que iluminaba
hasta las mismas entrañas del castillo.
-La princesa está dormida...-susurraban los
apagados candelabros.
-Por amor, duerme
estremecida...-murmuraban las apolilladas armaduras.
-Estremecida, de dolor
herida...-cuchicheaban los blancos ratoncillos.
-Herida de amor inmortal, amor habrá,
por fin, de despertar.
El hilo se terminaba donde comenzaba el
suave gozne de una gran puerta escarlata. Ninfas y hadas, talladas en madera,
ornaban el arco y el dintel de la cámara, y una pilastra de ménades y atlantes
sostenía la techumbre semicircular de la entrada. Si Esidor y Phil hubieran
sabido algo sobre ritos antiguos, se habrían dado cuenta de que estaban en el
nártex de un templo.
“Suprema sacerdotisa del Viento, diosa
de los Bosques Oscuros, esposa del Tiempo, yo te saludo”, prorrumpieron las ménades,
sus grandes ojos de piedra abiertos hacia lo desconocido.
-Señor, tengo miedo.- dijo Phil,
metiéndose en la cinturilla del pantalón de Esidor.
-Querido niño, yo también lo tengo.
Juntos será más fácil.
El gnomito se tapó la carilla,
restregando los carrillos contra la áspera arpillera de las ropas de Esidor.
Pronto la luz vivísima del interior había devorado a los dos amigos.
- Miranda, Erin, ¿dónde estáis?- gritó
el Navegante.
En el centro de la sala, una urna de
cristal contenía a una criatura de belleza extraordinaria. Sus luengos cabellos
rosados se extendían como lenguas de fuego; flotando en una dimensión aérea, el
cuerpo delicado ardía, desprendiendo un aroma de especias y lavanda. Las flores
de los bosques cortejaban como pajecillos su máscara fúnebre.
Miranda.
Por fin Phil se atrevió a abrir sus
ojillos.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un
sueño- murmuró.
Otra puerta se abrió y, tras ella, una
figura familiar se distinguía entre alambiques y crisoles.
-¡Baltimor!- exclamó el Navegante. ¿Qué
hacéis aquí?
-Oh, Esidor de Ruthavon, Hijo de la
Tierra, esposo de la Mar Océana. Hete aquí, frente al sueño de Miranda.
-¿Un sueño?- inquirió Esidor.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un
sueño- volvió a decir Phil.
-El sueño de Miranda- repitió Baltimor.
-¿Miranda no ha muerto?-preguntó
Esidor, cada vez más confuso.
- No, mis queridos niños-respondió el
druida. -Duerme.
-¿Y nosotros, qué hacemos aquí?-volvió
a preguntar el Navegante.
-¿Nosotros? ¿Erin? ¿Déndera? –respondió
Baltimor, enigmático.
-Druida, abandonad vuestra impía
costumbre de dar preguntas a modo de respuestas- exigió Esidor.-Me debéis una
explicación.
-¿No lo veis?-respondió Baltimor.-
Miranda nos está soñando.
-Esto es un sueño. Un sueño. Sólo un
sueño- repitió Phil.
-¿Y Erin?-preguntó el Navegante.
-Sólo es un proyecto de hombre y, para
nacer, habrán de transcurrir varios milenios.
-Así que...todo esto-Esidor extendió
las manos para abarcar la habitación toda, significando con su gesto los siete
reinos de Fantasía y el dominio de Realidad- no es más que un sueño...de Miranda. No lo entiendo.
-¿Veis, señor, ese frágil cuerpo de
apariencia transparente? Es el Espíritu del Bosque, presto a encarnarse en su
nínfula.-respondió el druida.
-Así que este cuento...-comenzó a decir
Esidor.
-Ha sido inventado por Miranda,
mientras dormía.-respondió el druida.
-Un sueño. Un sueño. Sólo un sueño-
murmuró Phil.
Al fin, Esidor comprendió.
-El sueño de Miranda, en su nínfula-musitó, tan suavemente que ni las paredes pudieron oírlo.
![]() |
Créditos fotográficos: Francisca Castillo Martín |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.