Enterré la aurora con mis manos,
y de su pálido cadáver brotó la sangre,
borbotones de rosas incendiarias
que aullaban en la noche.
Y de su espectro, trasiego inacabado
de amargas horas,
ácimas como piedras de lava,
precipitóse en el abismo un rumor
primero sordo, mas nostálgico,
quizás sórdido, ingrato,
aquel deseo escondido
en cárceles de amor amanerado
que jamás se derramaron
en el undoso mar del implacable clímax.
Asesina de la turba,
manchada de rojas gotas frescas
bebidas con deleite,
perseguía ciega como Edipo
mi periplo hacia Tebas,
olvidada del mundo,
quizás disfrazada de alguien,
máscara y quimera, ramera entonces,
vileza de masacre,
corazón acusador nunca latido,
hálito de tísica,
deleznable átomo
de corruptible materia,
esperanza atravesada por la faca
de algún galán inoportuno
abriendo a dentelladas
las alcobas vacías,
discreta tregua,
marca de agua
en la cama del amante,
apenas una décima de segundo
acariciando sus dedos dormidos
mi cuerpo insensible y trágico de esfinge.
Fuente ilustración: http://www.ecured.cu/index.php/Esfinge |
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