Lupanar en el puerto, cerúleas miradas
buscando el alimento de las sombras.
Se encienden las luces; las bellas cánidas
cuentan los óbolos con pericia codiciosa.
El reparto del botín es tensa espera,
rameras cimbreantes coronan en prendas
el alma cansada del recién llegado.
Grecia atisba los furtivos besos
de las lobas a sus amantes apátridas,
lenguas confundidas hablando enjambres de idiomas.
La luna rompe su proa de alpaca
sobre el templo de Afrodita,
mientras las lobas recogen con mustio gesto
las dadivosas limosnas en sus vestidos de gasa.
Unos ojos encendidos juran odio eterno a Roma
mientras cubren el vientre de la hetera escogida
con púrpuras de Tiro y mirra del Líbano.
“Fenicia es mi cuna, nieto soy de Dido”, susurra el extraño,
indicando al lejano horizonte con la gruesa curva
de sus pestañas de antiguo esclavo.
Puerto del Pireo, nacen pasiones prohibidas
al calor de las salas hipóstilas de los palacios,
y en las piscinas lustrales las sacerdotisas
contemplan marea de cuerpos en tempestad rodando.
“El Pireo es mi casa”, susurra la loba,
señalando con el arco de sus hermosas cejas
la puerta del lupanar que entornada espera al próximo amante.
Baal en el tophet renueva en su fuego sacrificios en altares
donde la loba se consagra suplicando
entregar su vida a cambio
de un nuevo amanecer con el de Fenicia.
Un aullido fúnebre rompe en la orilla
con metálico crujido a las lobas llamando.
“Es nuestra madre”, susurra la esfinge
mientras abotona en el pecho de su amado
cuentas de nácar, variscita y alabastro.
Lágrimas ruedan por sus mejillas encarnadas
por el último roce de los labios del liberto.
“A Byblos te llevaría por esposa
envuelta en un manto de nardo y clavo
y al alba en la ciudad entrarías
como reina y señora de mi casa de humilde artesano.
Garum de Gades y vino de Massalia
correrían en la noche de bodas
para celebrar los extraños designios
de los oscuros dioses de los templos paganos”.
“Adiós”, gime la loba, murmurando desde el muelle
la plegaria que de niña le enseñara la pitia en el oráculo.
Las velas, henchidas por el viento, están poniendo rumbo a Cartago.
Puerto del Pireo, presagio incierto, dolor soterrado,
trasiego de espectros que en la noche sollozando
lamentan el final triste de un amor contrariado.
buscando el alimento de las sombras.
Se encienden las luces; las bellas cánidas
cuentan los óbolos con pericia codiciosa.
El reparto del botín es tensa espera,
rameras cimbreantes coronan en prendas
el alma cansada del recién llegado.
Grecia atisba los furtivos besos
de las lobas a sus amantes apátridas,
lenguas confundidas hablando enjambres de idiomas.
La luna rompe su proa de alpaca
sobre el templo de Afrodita,
mientras las lobas recogen con mustio gesto
las dadivosas limosnas en sus vestidos de gasa.
Unos ojos encendidos juran odio eterno a Roma
mientras cubren el vientre de la hetera escogida
con púrpuras de Tiro y mirra del Líbano.
“Fenicia es mi cuna, nieto soy de Dido”, susurra el extraño,
indicando al lejano horizonte con la gruesa curva
de sus pestañas de antiguo esclavo.
Puerto del Pireo, nacen pasiones prohibidas
al calor de las salas hipóstilas de los palacios,
y en las piscinas lustrales las sacerdotisas
contemplan marea de cuerpos en tempestad rodando.
“El Pireo es mi casa”, susurra la loba,
señalando con el arco de sus hermosas cejas
la puerta del lupanar que entornada espera al próximo amante.
Baal en el tophet renueva en su fuego sacrificios en altares
donde la loba se consagra suplicando
entregar su vida a cambio
de un nuevo amanecer con el de Fenicia.
Un aullido fúnebre rompe en la orilla
con metálico crujido a las lobas llamando.
“Es nuestra madre”, susurra la esfinge
mientras abotona en el pecho de su amado
cuentas de nácar, variscita y alabastro.
Lágrimas ruedan por sus mejillas encarnadas
por el último roce de los labios del liberto.
“A Byblos te llevaría por esposa
envuelta en un manto de nardo y clavo
y al alba en la ciudad entrarías
como reina y señora de mi casa de humilde artesano.
Garum de Gades y vino de Massalia
correrían en la noche de bodas
para celebrar los extraños designios
de los oscuros dioses de los templos paganos”.
“Adiós”, gime la loba, murmurando desde el muelle
la plegaria que de niña le enseñara la pitia en el oráculo.
Las velas, henchidas por el viento, están poniendo rumbo a Cartago.
Puerto del Pireo, presagio incierto, dolor soterrado,
trasiego de espectros que en la noche sollozando
lamentan el final triste de un amor contrariado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.